4F: Crónica de un periodista zuliano


4febreromaracaibo   La noche del 3 de febrero de 1992 parecía igual a las anteriores de transcurrir  lento y sereno  cuando salimos del periódico dispuestos  a compartir unas cervezas en el famoso local “Los Abedules”,  ubicado en la avenida Las Delicias, en las inmediaciones del Edificio IPPLUZ, donde solía asistir  la dirigencia universitaria  de aquel entonces para evaluar el desempeño del día.

Allí la cita era a las 7:00 pm entre la cúpula del movimiento estudiantil conformada por William Barrientos, René Arias, Wilfredo Rea, José Luis Acosta, el caraqueño Gabriel Flores y quien suscribe, periodista del Diario Panorama, recién egresado de la Escuela de Comunicación Social de LUZ.

Se trataba de un encuentro más etílico que político aunque el tema de las protestas estudiantiles siempre estaba  sobre la mesa a propósito de la reciente creación de la Coordinadora Nacional Estudiantil, para la cual Gabriel Flores, consejero universitario de la UCV había llegado al Zulia, dispuesto a ultimar  detalles sobre la junta directiva.

La conversa se desarrolló amena e interesante recordando los momentos de la famosa  toma  de  4 consulados  que  la FCU, encabezada por Franz de Armas, había  realizado años atrás en protesta por la escalada represiva del gobierno nacional en contra del movimiento estudiantil . Todos reíamos recordando la forma que fuimos evacuados del último consulado, el de Italia, en la camioneta Wagoneer del general Fernando Ocho Antich, comandante de la Primera División de Infantería del Zulia, quien nos persuadió para culminar la protesta y llevarnos tranquilamente a nuestra universidad después de haber logrado el objetivo de atraer la atención de los medios internacionales gracias a esta  acción comando. El general, manejando personalmente su camioneta oficial, se mostró en todo momento amable y condescendiente  durante el trayecto, lo cual para nosotros fue la primera oportunidad de compartir con un militar humanista. 

Al filo de las 10 de la noche y tomando en cuenta que el día siguiente era uno más en el calendario de estudios  y de trabajo ,  partimos juntos en mi camioneta ranchera Caprice rumbo al único sitio donde  las paradas de carritos por puestos  les permitiría a todos llegar a sus respectivos destinos: la Basílica de la Chinita en el centro de Maracaibo.

 En el trayecto nos detuvimos en la famosa Tostadas 25, de la  avenida Las Delicias,  a mitigar el hambre con unas arepas rellenas y comprar el periódico del día siguiente, ya que ese era el sitio donde se bajaba el primer pregón de la ciudad, hora y media antes de la medio noche, si no ocurría algo que parara la rotativa.  La noticia más destacada del día era sobre los 25 reclusos que durante la mañana se habían fugado de la Cárcel Nacional de Sabaneta, a través de un túnel que parecía construido por los ingenieros del Metro de Caracas.

Ya eran las 11 y 30 minutos cuando llegando a la Basílica de la Chinita un camión  militar nos cerró el paso y varios soldados nos hicieron bajar del vehículo apuntándonos con sus rifles y pidiéndonos que nos colocáramos contra la pared para la respectiva revisión. Sin salir del asombro, después de ser requisados,  le pregunté  al soldado a qué se debía esa acción tan inusual y sin titubear me respondió: “ esto es un golpe de estado y les agradezco que se vayan a sus casas de inmediato para que no les ocurra nada malo”.

Panorama recientemente había incorporado los radios para sus comunicaciones internas y cada periodista portaba uno las 24 horas del día. A través de este medio que mantenía en mi cintura como un arma de reglamento, me comuniqué con la central del periódico y con el mayor de los escándalos les notifiqué que había un golpe de estado. Los centralistas que formaban parte del personal de vigilancia preguntaron de donde sacaba yo esa información tan delicada, pensando  que la influencia alcohólica había hecho efecto en mi conducta. Les respondí que acababa de hablar con unos militares en el centro de la ciudad, donde había un gran despliegue militar y la gente corría desesperada de un lado a otro. Ante esta afirmación  me respondieron de inmediato que se trataba de un operativo para recapturar a los reclusos que se habían fugado durante el día de la cárcel de Sabaneta. Cuando insistí   en asegurar que era, sin lugar a dudas,  un golpe de estado,  apareció en la frecuencia el señor Eduardo Ferrer, uno de los directivos del periódico, pidiendo que se confirmara la noticia y se activara una alerta interna que incluía una clave, que se traducía simplemente en llamar a su casa al señor Esteban Pineda Belloso, presidente y principal accionista de la empresa, para ponerlo al tanto del asunto.

Luego de discutir en el vehículo el plan a seguir, repartí a mis cinco compañeros de farra en dos “conchas” que conseguimos en cuestión de minutos, ante el temor de que se desatara una represión selectiva contra la dirigencia estudiantil y luego me dirigí a la Residencia Oficial del Gobernador. Recordé el libro “Miraflores Fuera de Juego” de Eleazar Díaz Rangel, que me habían obligado a leer en la escuela de periodismo, en el que un capítulo se refería al episodio del  23 de enero del 58 cuando el autor y Fabricio Ojeda como periodistas de palacio decidieron ir a Miraflores para saber quien estaba gobernando.

Comuniqué a la central del periódico que me dirigía a la RO para saber qué pasaba con el gobernador Álvarez Paz y así obtener una declaración exclusiva. En ese momento Hilcias Núñez, gerente de redacción y el señor Eduardo Ferrer, se enfrascaron en una discusión sobre la pertinencia de dejarme ir a la RO, bajo el argumento de que me podían perder. Dentro de mi ingenuidad juvenil yo  no entendía  a que se referían cuando hablaban de la posibilidad de perderme, pero al verme apuntado por un rifle justo al frente de la puerta principal, me percaté por primera vez que podía perder la vida sólo por hacer mi trabajo.

Se trataba de un teniente de apellido De Jesús quien tenía la responsabilidad de custodiar el acceso a la RO, donde ya era evidente que el gobernador se encontraba bajo el control de los insurrectos junto a toda su familia y el personal que laboraba en el sitio. El Comandante Arias Cárdenas, para ese momento un desconocido, y quien ni siquiera había aparecido en escena,  tenía el control de la casa del gobernador y de todos los lugares estratégicos del Estado, sin haber hecho un solo disparo.

 Luego de quitarme las llaves del vehículo, el radio y el grabador de periodista, el teniente  me sentó al lado de  la garita principal, y me dio un sermón sobre las razones que los obligaron  a tomar esta acción, alegando fundamentalmente la corrupción, la incompetencia gubernamental  y la presencia de las  famosas barraganas  oficiales. Antes de ser detenido ya había escuchado a través del radio que una fila de tanques se dirigía a la RO, no se sabía si para ayudar  o para detener al gobernador, pero que en cualquier caso abría la posibilidad de un enfrentamiento militar justo en el sitio donde me encontraba sentado. Mientras transcurrían los minutos, la preocupación  en el sitio se hacía más fuerte, ya que los soldados esperaban un ataque sorpresa. Cuando se aproximaban las dos de la madrugada, otro periodista de Panorama y gran amigo, Javier Muñoz, se hizo presente en el sitio, corriendo igual suerte que yo al recibir el sermón y ser detenido junto a la garita. Ya cansado, el teniente De Jesús nos dejó partir cerca de las tres de la mañana, no sin antes recalcarnos que debíamos decir a través del periódico  las verdaderas razones que originaban la revuelta, porque de lo contrario, de manera amenazante nos dijo que nos buscaría personalmente en la redacción.

Tanto a Javier como a mí nos llamó la atención el brazalete tricolor que portaba el teniente De Jesús y el resto de los soldados en su antebrazo, por cuanto nos revelaba un espíritu nacionalista, mezclado con un discurso insistentemente bolivariano.

Sin mirar para atrás partimos rumbo al periódico, cada uno en su carro y por vías distintas. Yo me fui  por la ruta más larga, es decir, la avenida El Milagro, ya que eso me permitiría saber que estaba ocurriendo en el destacamento 35 de la Guardia Nacional que se encontraba ubicado justo al lado del antiguo galpón de Chichilo. Allí me pude percatar de un enfrentamiento cerrado entre militares del ejército y la Guardia Nacional por el control del sitio, sin tener claro quien estaba alcanzando mejor resultado. Los disparos se escuchaban en todo el trayecto hacia el periódico por la avenida Padilla, a pesar de que eran muy pocos los carros que se atrevían a transitar por las calles.

Al llegar a Panorama, aproximadamente a las 3:15 de la mañana, ya buena parte del plantel de periodistas estaba incorporado, junto a buena parte de los miembros de las familias Pineda y Ferrer. Nunca olvidaré que fue en ese momento que el señor Esteban Pineda asumiendo el control  de su barco me preguntó: ¿quiénes están al mando del gobierno en este momento en el Zulia?. Yo le respondí, “sin lugar a dudas los golpista señor Esteban. El gobernador está preso en la RO, las calles están llenas de militares con brazaletes tricolores y los disparos se escuchan con fuerza en todas partes”.

Le conté sobre la conversación con el teniente De Jesús y el sermón que nos dio, ya que no pudimos entrar a hablar con el gobernador Álvarez Paz. De la manera más firme me dijo, “usted escriba todo lo que le dijeron  los militares, ya que si  amanecen en el poder, estaremos con ellos”. Curiosamente   la historia solo permitió que esta afirmación se cumpliera seis años después cuando en 1998 estos mismos militares llegaron a Miraflores pero por la vía de los votos y Panorama celebró con grandes despliegue de noticias su triunfo, aunque ya yo no estaba allí para redactarlas.

Julio Reyes/ Noticia Al Día




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