Antonio Sánchez García: Las razones de una debacle anunciada

Antonio Sánchez GarcíaAntonio Sánchez García

Antonio Sánchez García: Las razones de una debacle anunciada

Ellos, más nadie, son los responsables de la debacle. Y quienes por oportunismo, ignorancia o ambición secundan sus juegos. Ya incorporados al proyecto de esa que he llamado sexta república. La ilusión óptica de un futuro de cohabitación con la dictadura anclado en el más remoto pasado. Es el fúnebre cortejo de los gananciosos cómplices de la dictadura. Fija tu mirada en quienes no perdieron, rechazan que hubiera fraude y se aprestan a juramentarse ante el mastodonte de la tiranía: tendrás el espejo de los culpables.

Se le atribuye a Albert Einstein la definición de la locura como el porfiado intento de repetir una y mil veces lo mismo esperando resultados distintos. ¿Están locos quienes en Venezuela llevan dieciocho años intentándolo o es que parten de premisas comprobadamente falsas? ¿Aún no comprenden que el régimen imperante que rige y norma los procesos electorales, de los que es amo y señor, es dictatorial, totalitario y consustancial, intrínsecamente antidemocrático, tramposo, avieso y no permitirá ser desalojado del poder bajo sus normas y prerrogativas? ¿O aún sabiéndolo creen posible convivir con un sistema totalitario como el hoy imperante en Venezuela e integrarse a su proyecto de supervivencia en un extraño contubernio de conveniencias?

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La dictadura venezolana, como todas las dictaduras de su género, no atienden a otra lógica que la de entronizarse, afianzarse y mantenerse en el poder hasta que las circunstancias lo permitan. Si fuera posible, eternamente. Y actúan en consonancia. No aceptan ni reconocen otra legalidad que la establecida de una vez y para siempre por los regímenes totalitarios que las precedieran: la comunista soviética instaurada por Lenin y la tiranía nazisocialista, instaurada por Hitler. Y en nuestro caso, la cubana, instaurada por Castro. Llegaron al poder por medios legales o ilegales, y se mantienen con vida mediante el uso de la violencia extrema de las armas, el poder sobre la vida y la muerte de los ciudadanos o los clásicos arcanos del poder: el engaño, la trampa, la simulación, el simulacro y la estafa. Contando con el suficiente campo de maniobra y la fuerza como para bordear, con sus promesas, los límites del entendimiento y la legalidad, apartando de un manotazo los resultados de sus simulacros si les fueran adversos. Como decía la ranchera: Jalisco nunca pierde.

Si la clamorosa victoria del 6 de diciembre de 2015 pareció desmentir nuestra aseveración –las oposiciones, en regímenes totalitarios, no ganan elecciones– los hechos inmediatamente posteriores la confirman: inventó de la nada un TSJ absolutamente inconstitucional, que castró la Asamblea obtenida por votos convirtiéndola en un ornamental jarrón chino. Las elecciones mismas y sus resultados no fueron más que otra simulación totalitaria. Y la dictadura esperó el momento crítico para terminar de subordinarla a otra institución írrita y espuria, falsamente legitimada con el más descomunal de los fraudes electorales de nuestra historia: la ANC. Dictaduras totalitarias no aceptan el juego democrático y si los usan, se limitan a sus formas externas: simular democratismo para afianzar el totalitarismo.

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Por supuesto que todos los partidos democráticos agrupados en la llamada Mesa de Unidad Democrática lo saben. Si es así, y aún sabiéndolo, ¿por qué han preferido descabezar la resistencia –única opción real y valedera para desalojar a esta dictadura mediante el soberano ejercicio insurreccional de las mayorías– aceptando concurrir a unas elecciones que nadie, absolutamente nadie en su sano juicio y en conocimiento de la esencia dictatorial y totalitaria del régimen, podía garantizar: ecuánimes, transparentes, legítimas y verdaderamente democráticas? ¿Puede un observador imparcial que conozca las trayectorias de los líderes de los partidos hegemónicos que aceptaran el envite de la dictadura creer en la inocencia, ignorancia, desconocimiento del fraude inexorable que les esperaba, estando conscientes de los datos objetivos entregados por todas las encuestas, según los cuales la dictadura cuenta con 85% de rechazo, y en condiciones de normalidad democrática les darían una victoria arrolladora? Siendo así, y nadie en su sano juicio puede desconocer que así sea, ¿por qué aceptaron el simulacro y se prestaron a la farsa, convirtiéndose en servil instrumento del fraude que les esperaba, inexorable, al cabo de las elecciones? Bien dice la sabiduría popular: quien sufre una estafa una vez, es una víctima. Quien la sufre dos veces, es el culpable.

Aún así: debemos aceptar como un dato objetivo de la realidad venezolana la ignorancia, la mala fe e incluso la estupidez de un buen número de ciudadanos que, a pesar de la monumental evidencia de los hechos mencionados, aún creen en la decencia electoral de la dictadura, aceptan la legitimidad de un CNE viciado de todos los vicios e incluso operante a pesar de haberse vencido su vigencia constitucional por meses de meses y aún aceptan y creen en sus resultados. Llegando a la insólita insensatez de creer que con 15% de aceptación el régimen dueño, amo y señor de ese CNE puede obtener 85% de respaldo. Es más: ignorancia teñida de maldad y locura cuando en lugar de aceptar los hechos y denunciar el fraude, sale a culpar a “los abstencionistas”, pasando por sobre el derecho a la libertad de conciencia. Y contribuyendo, con ello, a ahondar el dominio tiránico de la dictadura. Doble resultado exitoso del totalitarismo: aplastar a la oposición mayoritaria y dividirla a su antojo.

Lo que no es dable es aceptar tal ignorancia en políticos profesionales con una vida de experiencia en los callejones y andurriales del pantano electoral venezolano, animales políticos perfectamente dotados de suficiente “prostíbulo” –uso su término preferido– como para saber al más mínimo detalle de las malas artes y la estafa propios de una tradición electoral que aseguraba desde mucho antes del asalto al poder por el caudillismo militarista y ahora castrocomunista del patio que “acta mata voto”. En este caso, como abrumador agravante, teniendo a las espaldas la realización de un escandaloso fraude de dos meses de antigüedad que hiciera aparecer de la nada a 8 millones de electores.

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De modo que ante los hechos, puede aceptarse que los desencantados electores que siguen creyendo en los pajaritos preñaos de la sra. Tibisay Lucena hayan concurrido de buena fe y una vez más al matadero y en el colmo de su estulticia culpen a quienes se negaron a pasar bajo las horcas caudinas de Nicolás Maduro por la derrota infringida a sus candidatos. De todo hay en la viña del Señor.

Lo único verdaderamente incuestionable es que, sin pretender exonerar de culpas a ninguno de los altos dirigentes de la MUD que aceptaron el sacrificio de la simulación –Julio Borges, Leopoldo López, Henrique Capriles, Andrés Velásquez, que del resto se puede esperar cualquiera trastada– hubo quienes no solo supieron del simulacro, sino que lo impusieron y avalaron, pues servía a sus propios intereses, independientemente de lo que quiera o no quiera, crea o no crea el venezolano de a pie. Y lo que sirva o no sirva a los intereses de Venezuela.

Me refiero, concretamente, a quienes rechazan y se oponen por principio al desalojo del régimen y la transición inmediata a una nueva república, a una nueva democracia, a una nueva Venezuela. Que arranque de cuajo las raíces de la politiquería y la demagogia tradicionales, el populismo inveterado de la vieja élite política, a la que ellos y sus partidos y partidarios pertenecen, y abra los portones al futuro de una auténtica, joven y renovada democracia. Quienes sabiendo que la crisis es monumental y sus efectos inevitables, prefieren adelantarse y boicotear los anhelos y aspiraciones históricas de los venezolanos de bien, darle una mano a la tiranía, abrazarse en un matrimonio de conveniencias con el castrocomunismo esperando heredar los despojos de una Venezuela exangüe y moribunda para reciclar la vieja democracia de partidos que ellos encarnan y representan. Incluso en connivencia con quienes han saqueado escandalosamente los bienes de la nación y asesinado con absoluta impunidad a cientos de idealistas y martirizados jóvenes venezolanos. Si todo ello fuera posible, asunto nada seguro, pero muy probablemente acordado ya con los administradores del poder. No por causalidad exoneran de culpas y aceptan los dictados.

Ellos, más nadie, son los responsables de la debacle. Y quienes por oportunismo, ignorancia o ambición secundan sus juegos. Ya incorporados al proyecto de esa que he llamado sexta república. La ilusión óptica de un futuro anclado en el más remoto pasado. Es el fúnebre cortejo de los cómplices. Fija tu mirada en quienes no perdieron: tendrás el espejo de los culpables




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