El Sermón del Domingo. Jesús, la mujer cananea y la historia de la “Pequeña casa de la pradera”. Mateo 15:21-28 (Rev. Germán Novelli)


      Con todo y el color y tecnología de la televisión y el cine moderno, algunos piensan que las series del pasado eran mejores que las de hoy día. Algunos argumentan que la industria cinematográfica está usando las viejas series, inmortales en el tiempo, para lograr éxitos en taquilla. De esas viejas series recuerdo “La Pequeña Casa de la Pradera”, donde los protagonistas son una familia de colonos del viejo oeste estadounidense. Los libretos son tomados de la historia escrita por Laura Ingalls, quien narró su historia familiar, en la que se destaca la adoración y confianza en Dios.
El éxito de esta serie, hasta el día de hoy, porque acapara sintonía en los canales que la transmite, está en el relato de anécdotas reales de personas comunes, comunes como nosotros, en el que ingrediente ético y de fe cristiana, tiene que ver con los cambios positivos en la gente.
Los evangelios están llenos de historias, algunas en forma de parábolas para mostrar verdades espirituales, pero también episodios en los que Jesús y su Palabra, impactaron las vidas de personas, personas tan reales como nosotros. El evangelio según San Mateo capítulo 15, por ejemplo, cuenta la historia de una mujer cananea, agobiada porque tenía unahija enferma, quien llama,literalmente gritando, a Jesús, de quien suplica misericordia.
Este relato bíblico tiene como enseñanza central mostrarnos la fe salvadora y trasformadora que recibió esta mujer, luego de un encuentro personal con Jesús.
Jesucristo: Dador de la fe que salva y cambia
Nuestro Señor estaba muy triste, prefirió irse fuera de Jerusalén, a la región de Tiro y Sidón, para superar el dolor que le había causado la muerte de San Juan Bautista. En el camino, una mujer del lugar, nacida en un pueblo muy pagano, lo vio y empezó a llamarlo de una manera desesperada. La actitud de la mujer es sorprendente. Una mujer cananea, pagana como sus paisanos, llama a Jesús, un israelita, de esta forma:“¡Señor, Hijo de David!”
Una explicación para entender la conducta dela mujer es que ella, como los habitantes de pueblos vecinos a Jerusalén, había escuchado las profecías sobre la venida del Mesías. Estoy seguro de que la Palabra que ella escuchó, le había dado la fe en la promesa mesiánica, pero no solo para creer en las promesas de Dos como verdaderas, sino para identificar a Cristo como enviado divino, y le pide al Señor lo que solamente a Dios se le puede pedir:“¡Ten misericordia de mí!”
La petición a Jesús incluye de parte de la mujer una confesión de pecado: “Mi hija es gravemente atormentada por un demonio”.Ella reconoce la enfermedad de su hija no fue causado por trastornos físicos o virales, sino por un espíritu maligno. ¿Cómo lo sabía? Leyendo sobre los cananeos encontramos que en sus cultos practicaban orgias y sacrificios humanos. La religión cananea era demoniaca. La mujer sabía que lo que pasaba con su hija era la obra de satanás. Ella conocía como actuaba el diablo en la vida de una persona y si losabía es porque, o fue testigo de esos ritos o los practicó. Ambas conductas son pecaminosas.
Eran tan fuertes las demandas de esta mujer, sus gritos a Jesús, que los discípulos pidieron al Señor que se deshiciera de ella: “Despídela, pues grita tras nosotros”.Resulta interesante que ni el rechazo de los discípulos a su actitud ni la aparente indiferencia del Señor, hicieron que ella renunciara a su empeño de gritar desesperadamente:“¡Ten misericordia de mí!”.Es que es difícil que cuando una persona escucha la Palabra de Dios y recibe la fe, renuncie a ella. El Espíritu Santo ha hecho la obra y la ha llevado a Cristo, la fuente de la fe que salva.
La fe es poderosa, viene del cielo, da seguridad de perdón y salvación. Es el poder de Dios que transforma, eso lo experimentan todos los que han confesado a Jesús como Señor y Salvador.
La fe que salva nos mantiene unidos a Jesucristo
La verdad es que Jesús no fue indiferente con la petición de la mujer cananea. En su respuesta, el Señor le explica su misión. “Yo no he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. En palabras concretas, “Si tú has leído o escuchado las profecías, debes saber que el Mesías fue prometido para redimir a Israel”.La mujer no se dio por vencida por esta respuesta que la excluía a ella, a su hija endemoniada y a todo el que no fuera israelita.Ella insistió en pedir auxilio de Cristo. Lo hizo cuando llamó a Jesús: “¡Señor!”,perotambién con su actitud “Se postró delante de él”.
Postrarse o arrodillarse es un acto de humillación ante un ser superior. Ella al hacerlo estaba reconociendo públicamente que Jesús era superior, de origen divino, y como tal el único que podía socorrerla. Ciertamente: “No hay otro nombre, bajo el cielo, en el que podamos ser salvos”.
Entonces Jesús, no para probar la fe de ella, porque él conoce los corazones, sino para mostrar a sus discípulos y a nosotros, cuán grande es su amor y misericordia, más allá de razas o credos, y revelar su voluntad de salvar a toda la humanidad, confronta a la mujer cananea:“No es bueno tomar el pan de los hijos y echarlo a los perritos”. Los perros eran animales inmundos y despreciables, comían basura y suciedad, no es como las mascotas de hoy en día, en la antigüedad los perros estaban lejos del pueblo, en los basureros.
Jesús está diciendo que los incrédulos, los paganos, los pecadores son como perros delante de Dios. Como dice la Escritura: “Los perros están fuera de la presencia del Señor”.Pero la reacción de la mujer expone el tamaño de su fe, de su rendición completa a Cristo, el Dador de la fe que salva: “Sí, Señor. Pero aun los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus dueños”.
Una interpretación de lo que mujer quiso decirle al Señor podemos resumirla con estas palabras:“Cualquier cosa que venga de ti, por pequeña que sea, servirá para comer. No me importa la cantidad, solo quiero esas migajas si vienen de la mesa de Dios”.
Nosotros, como ella, éramos pecadores inmundos como los perros, no teníamos parte en el Reino de Dios. El Señor tuvo y tiene misericordia y amor para nosotros. No nos dio migajas, nos da la totalidad de su gracia, en Su Palabra, en los Sacramentos, que engendra la fe que salva y cambia.
Jesús, leyendo el corazón de la mujer cananea, volcó su amor sobre ella y respondió a sus peticiones desesperadas, con la dulzura del Evangelio: “¡Oh mujer, grande es tu fe! Sea hecho contigo como quieres. Y su hija fue sana desde aquella hora”.
De esta misma manera, Jesús, el Dador de la fe que salva, nos responde a nosotros, cuando clamamos arrepentidos por el perdón de nuestros pecados y suplicamos la salvación. No hay que esperar años para ver el cambio y la acción de Dios, basta confesar el nombre de Jesús, Él hace todas las cosas nuevas.
Le pasó a la mujer cananea. Ha pasado a todos los hijos de Dios y seguirá pasando, porque la Santa Palabra no regresa vacía.
Nuestros pecados nos arrojaron como perros al basurero del mundo. El pecado nos mantenía atados al demonio. Cuando escuchamos la Palabra de Dios, Jesús el Redentor se hizo presente, nos mostró su misericordia y nos convirtió en hijos de Dios.
Ahora portamos en el corazón la fe que salva. La fe que vino a nosotros por la Palabra de Dios.Unidos a Cristo damos este testimonio de Él, diciendo que es verdad y es vida.
Muchas de las historias contadas por Laura Ingalls tienen que ver con la gracia del Señor en las familias campesinas que poblaron el inhóspito oeste estadounidense. Ellos, como la mujer cananea probaron el dulce sabor del evangelio. También muchos en la actualidad hemos sido testigos del poder de Dios actuando y cambiando vidas. Hoy es tiempo de gritar esta verdad, no desesperados como los perdidos, sino con alegría, proclamando a viva voz, lo que Jesús ha hecho por nosotros y quiere hacer por todos los que crean en Él. ¡Soli Deo Gloria! Amén.
(novelli_ve@msn.com)




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