Vladimir Villegas :Arnaldo Albornoz y el derecho a la vida


Es una verdadera ironía que un joven profesional de la televisión venezolana , como lo era Arnaldo Albornoz, cayera abatido por el hampa apenas pocas horas después de unos ejercicios militares promovidos por el gobierno como parte de la preparación para hacer frente a una eventual agresión externa y de lo que el propio ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, llamó la «quinta columna», conocido también como enemigo interno.

El culto a las armas e incluso a la lucha armada se hace principalmente desde el poder. Somos una sociedad armada. Los planes de desarme son saludos a bandera. No llegan ni a fracasar porque se quedan, en el mejor de los casos, en pura promesa, en una foto para salir del paso. En una declaración de buenas intenciones. Mientras tanto, jóvenes y no tan jóvenes pasan a engrosar las estadísticas .

Arnaldo era muy conocido y por eso la conmoción que su asesinato causa en la sociedad . Pero dolorosamente nos hemos ido acostumbrando a que hay que replegarse temprano, y terminamos por aceptar que si nos pasa algo es porque fuimos imprudentes y no porque el Estado falló en su obligación de proteger el papá de todos los derechos, el derecho a la vida.

Mientras unos desfilan o hacen ejercicios » para la defensa de la soberanía» , el verdadero enemigo interno, que es la delincuencia, hace de las suyas. Y a veces se pone uniforme. Así como son elevados los casos de funcionarios asesinados también crecen las cifras de uniformados involucrados en hechos criminales .

La descomposición es moneda corriente en los cuerpos de seguridad . En esas condiciones no se puede ganar la batalla contra la delincuencia . La Operación para la Liberación del Pueblo ( OLP) ha resultado peor remedio que la enfermedad. No hay una estrategia de ataque a las causas del delito.

Desarmar es la tarea que tenemos por delante. Recoger y destruir las decenas de miles o quien sabe cuantas armas que están en las peores manos. Si no somos capaces de lograr ese objetivo otros jóvenes como Arnaldo, llenos de vida, llenos de planes, llenos de futuro, seguirán cayendo víctimas de balas disparadas en muchos casos por jóvenes como ellos, pero sin respeto alguno por la vida ajena, sin límites morales, derivados de la buena formación en el hogar, sin la compasión, valor inherente a la condición humana .

Pero también tenemos que desarmarnos el espíritu. Sobre todo quienes tienen el poder deben desarmarse. Quitar los cartuchos de prepotencia, para que puedan admitir el fracaso de su política contra la inseguridad y tomar con la humildad necesaria las propuestas y recomendaciones de mucha gente formada que tiene tiempo queriendo ayudar pero no hallan el espacio para hacerlo.

Todos, desde la política, Gobierno u oposición, y más allá de ella, debemos dejar de usar la palabra como proyectiles promotores de violencia, irracionalidad, confrontación inútil, exclusión y negación del otro. Si apenas pudiéramos darle otro uso al lenguaje habría más lugar para encontrar puntos de coincidencia, sobre todo en torno a cómo podemos impedir que nuevos Arnaldos se vayan de este mundo a mitad de camino, a causa de la violencia criminal que nos ha invadido.

La muerte, la criminalidad aliñada con la mayor impunidad que haya conocido nuestro país, es el real y concreto enemigo interno que le ha venido ganando la batalla a las grandes mayorías. Si existieran otras amenazas, ninguna tan terrible y tan despiadada como esa. Se le acercan la falta de alimentos y medicinas, la falta de respeto que algunos tienen por la democracia y sus fundamentos. Pero es obvio que nadie puede garantizar la vida en la Venezuela de hoy. Todos tenemos miedo a que una bala nos arruine la propia existencia o la de algún ser querido, que a los efectos resulta lo mismo e incluso peor .

Cada víctima de la delincuencia es una historia truncada, una vida arrebatada. Una familia destrozada . Pero al final todas esas víctimas, por muy conocidas que sean algunas, van a parar a una estadística que se maneja como el mayor de los secretos, porque al poder no le gusta que lo dejen en evidencia.




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