¿Quién se acuerda de los presos?

   Sí, pobrecitos los niños. Y los indigentes, ¡habráse visto, mira que vivir en la calle, en estas calles! Y los enfermos, mejor no hablar de los enfermos. Pero… ¿Quién se acuerda de los presos a la hora de los lamentos? ¿Quién piensa en sus necesidades, quién hace algo por aliviar su pena?

Todas estas cosas daban vuelta alrededor de la cabeza de Aurora Velandria hace 22 años cuando estaba a punto de jubilarse. No quería apoltronarse en un sillón a ver televisión, quería ser útil, quería ayudar, y recuerda que un día pensó que el preso es alguien que no tiene a nadie y que no le importa a nadie.

Sí, eso, buscaría la manera de colaborar con ese grupo de olvidados que está tras las rejas. Puso el miedo a un lado y empezó a visitar El Rodeo aprovechando su amistad con el capellán que dirigía el grupo Crece; así reseña el diario El Universal.

Hoy Velandria dirige la Confraternidad Carcelaria, un movimiento internacional con sede en 118 países, nacido en Estados Unidos hace 35 años y cuyo objetivo es «ayudar a reconciliar y restaurar las vidas de los que se hayan visto privados de su libertad».

En La Planta, la Confraternidad imparte cursos de computación, fabricación de chinchorros, cojines y cestas de mimbre, electricidad y pintura, entre otros. Además ayudan a agilizar los trámites en tribunales a aquellos que no tienen familia, organiza donaciones y también se encarga de organizar paseos para los hijos de los internos. Hasta jornadas médicas han logrado coordinar gracias a la colaboración de estudiantes de último año de la Facultad de Medicina de la UCV.

La Confraternidad está trabajando solo en La Planta, una cárcel que alberga a más de mil quinientos presos, ya que la falta de voluntarios en estos momentos tiene alrededor de 15.

No es nada fácil conseguir voluntarios, expresó Amelia Medina, secretaria de la Confraternidad: «A veces ni siquiera soportan el olor de la prisión».

Medina explicó que  la primera vez que entró en una cárcel, hace seis años, sintió que ese era su lugar. Le gusta explicarlo con una frase: «El corazón se me quedó preso allí».

Va a La Planta cuatro veces por semana, los días que no son de visita (lunes, martes, jueves y viernes). Ella coordina todos los cursos de capacitación, que son impartidos por los propios presos: «Cada persona que conoce algún oficio es aprovechada. Por ejemplo, los que son trasladados desde Tocuyito suelen tener conocimientos en el trabajo con mimbre: «Todo el que llega con conocimientos de un oficio es aprovechado. Y a ellos también les conviene, pues así consiguen que se les reduzca la pena», dijo Medina.

La Asociación Venezolana de Educación Católica (AVEC) les financia los cursos, les donó cinco computadoras para las clases de computación y también le paga a ella los viáticos cada vez que visita La Planta. Es el único pago que recibe.

La mayor recompensa se la entregan los propios presos: «A uno desde fuera todas las noticias que le llegan de las cárceles son horribles, pero cuando estás ahí te das cuenta de que también hay gente valiosa, gente que puede ser rescatada».

Desde aquella primera vez que visitó una prisión tras una invitación de la parroquia de Santa Ana (Carapita, Antímano), ha estado también en la PGV (San Juan de los Morros), Tocuyito (Valencia), el INOF (cárcel femenina de Los Teques) y el Internado de Los Teques (para hombres). Cuando se le pide una comparación, solo dice que la de las mujeres es más organizada. En cuanto a las de los hombres, «cada una es peor que la otra».

Por su parte, Velandria llama la atención sobre uno de los cambios más significativos que ella observa en las cárceles venezolanas: «Cuando empecé a visitar cárceles, el interno era una persona madura, de entre 30 y 40 años. Hoy sorprende ver presos a muchachos que apenas pasan los 18″.

La vida en las cárceles, quién lo niega, quién no lo sabe, es muy triste, sucia y con muy pocas esperanzas. Por eso mismo, como señalan desde la Confraternidad, es que hace falta mucha gente que se anime, que sepa que allí hay gente que puede y debe ser rescatada. Que se entienda que la cárcel no es un basurero de seres humanos.

ig / Reporte360