Un año no es nada para Matusalén, pero para las docenas de familias que perdieron sus casas como consecuencia del fuerte temporal es una eternidad, y más si viven hacinados, enfermos y con la larga promesa de una digna reubicación.
Ese es el pan nuestro de cada día de las 53 familias que habitan uno de los tres ambientes del refugio Coca-Cola, ubicado en la entrada de Gramovén en Catia, denominado Casita Zamora.
Allí el panorama es paupérrimo. Las literas están apiladas, al igual que las cajas de ropa, las poncheras y demás utensilios domésticos. Las sábanas cuelgan como si fuera un tendedero. Pero no es así, pues cumplen una única función: son la división de las camas, cuya separación, en el mejor de los casos, no llega a superar el medio metro.
En este refugio están prendidos al mismo tiempo la mayoría de los televisores y las radios, mientras las mujeres se turnan para lavar, cocinar y para ir a los tres baños portátiles.
Eso no es nada nuevo para contarlo en más líneas. No obstante la historia merece punto de atención, pues luego de un año de haber quedado estas 53 familias damnificadas, al desplomarse parte del cerro Tamanaquito; a siete meses de haberse creado una ley de refugios dignos y a tres meses de que les nombraran al Ministerio de Transporte y Comunicaciones como padrino, todavía siguen viviendo en condiciones infrahumanas.
Cecilia Parre, vocera de este albergue, consciente de la ayuda recibida, hasta ahora la cual se traduce en el envío de comida cruda y preparada, sostiene que ya no están viviendo.
«No sólo es comida lo que necesitamos, queremos viviendas. Después de un año, no nos soportamos entre nosotros. Creo que las circunstancias nos tienen estresados, de mal humor. Hasta los niños presentan mal comportamiento, y las familias se están desintegrando».
Parre, junto con Yelitza Vergara, se ha encargado de tener al día toda la documentación requerida para la adjudicación de las soluciones habitacionales. Al parecer, les dijeron que para junio del año entrante se mudan para unos edificios ubicados en la avenida Lecuna.
«Pero mientras tanto queremos que nos ayuden a vivir un poco más digno. Este albergue se mueve, en las noches sentimos cómo crujen los techos y paredes, y cuando llueve nos quedamos sin luz. Ya nosotros hemos salido a protestar a la calle…».
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