Alexis Fernández, Puerto Nuevo: memorias de un país que cabalga bajo tierra

Alexis FernándezFoto: Rafael Muñoz

Por: Alexis Fernández (*)

Trece capítulos integran la novela Puerto Nuevo de Ernesto J. Navarro. Un introito evidencia las cinco claves lúdicas para su comprensión: cinco nacimientos le han acontecido a Germán, su protagonista: su nacimiento en 1926 cuando «sale» de Isaura en la Casa grande de El Ralo; la segunda, cuando sus tres hermanos desaparecen en las aguas de Aguada Grande, cuando él, apenas alcanza los diez meses; la tercera, un reto al destino en un golpe de dados, les arrebata sus posesiones; la cuarta, en un libro de educación primaria y la quinta y última, que nos llevan al nombre que ostenta la presente novela y pretenden hilvanar el primer y último capítulo de esta sorprendente como desgarrada escritura.

PORTADA DE PUERTO NUEVO LIBRO ERNESTO NAVARRO

En su epílogo, un lacerante poema dedicado a Lagunillas, tierra humedecida que desaparecerá en el Infierno fangoso del petróleo.  En su contratapa, una enjundiosa como intensa, declaración de amor, de Indira Carpio Olivo.

 

Los trece capítulos desde el primero (Las clinejas de la niña) hasta el último (De vuelta a Aguada Grande), describen un círculo cuyo principio y fin, es el infinito encuentro que sólo es posible albergar, en la llama encendida del amor, al amparo clandestino de la memoria que se hace recurrente en esta escritura del desparpajo y la desolación y cuyo soporte estructural sigue siendo el amor umbilical, gregario, familiar.

 

Una larga saga de novelas, ensayos, obras de arte, han abordado el eje nuclear de nuestra economía: el petróleo, la producción petrolera, las injerencias de las garras imperiales en el manejo y manipulación de esa producción, el condicionamiento ideológico para justificar el brutal ecocidio, la extrema expoliación, la primera huelga petrolera, la creación de sindicatos en afrenta a esa explotación, la complacencia de gobiernos lacayos ante la extorsión británica y gringa, las nacionalizaciones concebidas como «chucutas» por movimientos progresistas etc.

 

En esa ya larga lista en el área de la novela y otras expresiones artísticas, se nombran:

Lilia de Ramón Ayala, 1909.

Elvia de Daniel Rojas, 1912.

Tierra del sol amada de José Rafael Pocaterra, 1918.

La bella y la fiera de Rufino Blanco Fombona, 1931.

Cubagua de Enrique Bernardo Núñez,

Odisea de tierra firme de Mariano Picón Salas, 1931.

El señor Rasvel de Miguel Toro Ramírez, 1934.

Mancha de aceite de César Uribe Piedrahita, 1935.

Mene de Ramón Díaz Sánchez, 1936.

Remolino de Ramón Carrera Obando, 1940.

Sobre la misma tierra de Rómulo Gallegos, 1943.

Clamor campesino de Julián Padrón, 1944.

La casa de los Abila de José Rafael Pocaterra, 1946.

Guachimanes de Gabriel Bracho Montiel, 1954. (Doce aguafuertes para ilustrar la novela venezolana del petróleo)

Casandra de Ramón Díaz Sánchez, 1957).

Los Riberas de Mario Briceño Iragorry, 1957).

Campo Sur de Efrain Subero, 1960.

Talud derrumbado de Arturo Croce, 1961.

Oficina Nº1 de Miguel Otero Silva, 1961

Planteamiento ofrecido por Miguel Ángel Campos, en prólogo a La novela del petróleo de Gustavo Luis Carrera, 1972.

En estas cuatro décadas la temática del petróleo ha continuado siendo recurrente, es necesario para un compendio pertinente, recurrir a la bibliografía actualizada, como actual es esta novela que hoy nos ocupa: Puerto Nuevo de Ernesto J. Navarro, editada en primera edición en 2021, bajo el sello El Taller Blanco Ediciones, Bogotá.

 

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Un país soterrado bulle en la Venezuela de las primeras décadas de 1900. Los inicios del presente siglo se extienden hacia 1927, donde una familia instala sus escardillas y anhelos en las estribaciones de El Ralo, pequeña población montañosa del sur del estado Lara que comparte sus aspiraciones con otra pequeña aldea, El Reloj, «dos caseríos que se miraban de frente el uno al otro», (Pág.11) ondulando en la Sierra de Baragua, desplazándose a horcajadas en la actual línea divisoria de los dos estados colindantes.

 

¡Uno de esos clanes familiares lo conforman la pareja de Crisanto e Isaura, con sus seis hijos y otros tantos por nacer! Fundan La casa grande, edificación construida con adobes de barro y techo de «torta»: una mezcla de palos de cardón y paja coneja, oficio aprendido por el padre Crisanto de sus abuelos quienes a su vez lo habían aprendido de los indígenas. Rodeada por corrales de ganado vacuno y caprino y los potreros de caballos, mulas y burros. Un poco más allá, el conuco como despensa para consumo de la casa y venta.

 

Con una aguda economía verbal, Ernesto J. Navarro, en esta ópera prima, logra poetizar aquel espacio a fuerza de conjuros y encantos:

«La casa fue levantada en medio de dos cerros que la ocultaban del sol hasta que avanzaba la mañana, y que traían la noche a las cuatro de la tarde, cuando la sombra de los montículos cubría el pequeño valle» (pág.12).

 

Así cómo se poetiza el espacio, se mitifica y hace presencia el misterio, en la oralidad del abuelo que va ocupando una presencia ancestral mediante sus cuentos:

«Estos cerros eran más que una atalaya natural. El del este traía el sol, la luz, la vida… El del oeste representaba la tiniebla, era llamado El cerro de la muerte. Y es allí donde Papá Lionzo, «descubrió, casi al costo de su vida, que había un enorme círculo de piedras donde se reproducían serpientes venenosas de distintas especies. Al gran círculo rocoso iban a parir mapanares, cascabeles, corales y tragavenados. Vaca, caballo o chivo que se escapara del corral y subiera a ese cerro, no regresaba». (Pag.12).

 

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Papá Lionzo por María Lionza, la Diosa de las montañas de Sorte, bautizada por los conquistadores europeos como Virgen de la Victoria del Prado de Talavera, pero la «persistencia de la fe sin intermediarios la convirtió en María de la Onza, popularmente María Lionza. (Pág.22).

¡Brujo! ¡Hipnotizador! ¡Mago! Contó cómo había logrado escapar de las acechanzas de una de esas venenosas víboras. «Desde ese día, ni él ni ningún otro descendiente de su familia volvió a subir al cerro de la muerte». (Pág. 14).

 

A pesar de la patrilinealidad ostentosa (el Padre, Crisanto Camilo Navarro, marca la pauta para indicar la masculinidad: un ritual wayúu lleva al adolescente a hacerse hombre tanto como para asumir las tareas del campo como para la conquista amorosa. La muerte con sus propias manos del chivo que antes había sido su mascota.)  No obstante, es la mujer la que organiza y sostiene la simbología que cohesiona y autentifica la vida familiar. Isaura Clotilde Sánchez Tambo de Navarro en sus múltiples ocupaciones, además de esposa, madre, es partera, rezandera, yerbatera y artesana. (Pag 15).

 

Hilo narrativo que logra mediante un halo de ternura y atisbos de presencia telúrica, entregarnos un personaje fabuloso en medio de la aridez de aquel paisaje agreste y rocoso: «Isaura media, un metro sesenta y cinco, sus ojos estaban envueltos en miel y sus cabellos ardían de sol». (Pág.15). Para inmediatamente congraciarse ante aquella mujer menuda y andar decidido cuando aviesamente se deifica ante el lector: «Era una diosa de piel enrojecida que levitó con sus cabellos sueltos entre la aridez de la serranía falconiana«. (Pág.16).

 

El Gabo, por quien nuestro autor siente una profunda admiración, nos guiña un ojo desde algún cerro falconiano donde Remedios la Bella, levita para siempre. Asume de esta manera Isaura el tratamiento que el campesino otorga a quien ejerce la espiritualidad. Hacerse Diosa, levitar, curar, rezar, traer niños al mundo y además crear como artesana. Cuando iba de compras al pueblo, a su paso, se persignaban y algunos pedían con las manos en el pecho, la bendición.

 

La muerte de tres de sus hijos en Aguada Grande en procura de hierbas para recuperar a la hija de la comadre Guadalupe: María Auxiliadora que había llegado desfallecida a su casa, «…desleida en sangre. Desde que la luna comenzó a regir sus ciclos, cada 27 días, se desaguaba hasta palidecer. Entonces su mamá debía cruzar la serranía desde El Tupi hasta El Ralo, para conseguirle alivio en los brebajes que preparaba Isaura.’ (Pág.16).

 

Aciago suceso que los hace mudarse de El Ralo, desandar por años en esas serranías hasta que Crisanto compra casa en El Reloj. Estragada por el tiempo y los dolores acumulados, Isaura hace desenterrar a sus hijos y, después de treinta años, comprueba que lo único que permanece intacto son las trenzas que le había hecho a la hija y el escapulario celeste que colgó de su cuello.

 

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Un lance de dados en medio de una borrachera, lleva a un infeliz desenlace: ¡Los Navarro pierden su casa, su hacienda, sus potreros, su tranquilidad! Priva la palabra comprometida ante cualquier fatal desenlace, contra todo evento, cómo pregonaron los hombres de leyes: ¡La palabra, tiene el valor de un documento!

 

La tragedia de un amor pospuesto, por cumplimiento de la palabra empeñada y su posterior, realización, urden una trama novelesca de conflictivas relaciones familiares. Marcan una dolorosa ruptura en aquella familia donde la responsabilidad y la querencia habían sorteado todas las dificultades.

 

Se inicia la peregrinación de Germán hacia la zona petrolera en el lago de Maracaibo. El lugar, Lagunillas. Todos los intríngulis para ser contratado por la Shell que opera en la región, los vive Germán con su esposa, bajo la esperanza de lograr ser incorporado a la nómina de la compañía. Al final, mediante gestiones de su compadre Santana Morillo, logra ser contratado como miembro del equipo de béisbol. Luego logra que lo incorporen al staff de trabajadores en la recuperación de pozos petroleros, le asignan casa y con María y sus hijos, fundan su aparente hogar en aquella tierra ajena.

 

Germán Navarro llegó de aquella serranía, entre los estados Falcón y Lara hasta a Puerto Nuevo, en Lagunillas, estado Zulia, donde ha sembrado su memoria para no irse ya nunca jamás (en algún momento lanzó al lago los ombligos contenidos en un pequeño cofre) al sembrar las plantas de la memoria, no ya en materos, sino en la misma tierra que infartado y sucumbido, terminará devorándolo.

 

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La crónica cercana de Lagunillas de Agua, aquella Babel que le asignó sus males a la desbordada prostitución, cuando se prendió fuego y fallecieron acerca de cinco mil pobladores, es un referente que quizás algún día, Germán renacido de las cenizas, se decida contar a los nietos del mundo, sus memorias.

 

El problema de la subsidencia y las deplorables consecuencias para la población, son un bombardeo constante en el cuerpo y alma de Germán quien simboliza al obrero petrolero de cualquier época en la historia del saqueo in situ de la explotación petrolera. Se hundirá Lagunillas y con ella camino al infierno, aquella sociedad que pretendió sepultar en el olvido su propia historia.

Alexis Fernández

Archivo personal Alexis Fernández

(*) Escritor, poeta profesor jubilado de Luz, donde fue Director de Cultura.

Abril, 2022.

  




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