Antonio Sánchez García: Carta democrática o elecciones? La falsa alternativa


No habrá elecciones ni en 2017 ni en 2018 ni nunca jamás si la Iglesia, el pueblo y los sectores más conscientes y aguerridos de los partidos políticos y la sociedad civil no aprovechan los vientos a favor que soplan desde el exterior –la Casa Blanca y la OEA, Temer, Macri, PPK, y todos los países dignos del hemisferio– y un tsunami insurreccional asome el poderío de un pueblo embravecido.

A Allan Brewer Carías

Julio Borges considera que no es necesario aplicar la Carta Democrática a la situación venezolana. Vale decir: que 75 páginas atiborradas con contundentes argumentos acumulados en el más exhaustivo y detallado expediente político policial, jurídico y constitucional realizado al día de hoy por organización internacional alguna, que efectúa una vivisección de la criminalidad política dominante en Venezuela poniendo al desnudo el feroz armatoste dictatorial que ha hecho tabula rasa de nuestra institucionalidad democrática, convirtiendo en polvo y paja 17 años de esfuerzos por llegar a controlar formalmente la Asamblea Nacional, no justificaran la intervención de la comunidad internacional para que venga en nuestro auxilio. Según Borges, nos bastamos solos. Así nos va.

No se atreve Borges a ir de frente –no es su estilo– contra Luis Almagro y acusarlo de injerencia en asuntos que solo le competen a los venezolanos. Pero el dejo a revenido patriotismo ad hoc asoma sus garras en quienes ya en el pasado rechazaron la potestad del Departamento de Justicia norteamericano para sancionar a funcionarios del gobierno chavista, corrieron a paralizar las acciones intentadas por el Departamento de Estado y le escribieron a la responsable de la Casa Blanca para América Latina rogándole que no tocara a los funcionarios del régimen a punto de ser sancionados, ofendidos porque Estados Unidos consideraba que esta Venezuela era un peligro para el hemisferio. No se fuera a ofender Nicolás Maduro y procediera a apretarles las tuercas a las complacientes tribus opositoras.

Henry Ramos, bien por el contrario, aprueba el informe y aplaude la decisión de Luis Almagro de urgir por la aplicación de la Carta. Tanto más cuanto la vincula al ultimátum planteado por Almagro de celebrar elecciones generales en plazos perentorios. De los que él podría terminar favorecido. Si bien da nota de la aparente disposición del régimen a celebrar elecciones generales en 2018, con lo cual parece distanciarse de las urgencias del secretario general de la OEA. Lo que causa asombro es que Julio Borges no repare en la voluntad claramente expresada por los gobiernos de Gran Bretaña y Holanda de exigirle al régimen respete la potestad soberana de la Asamblea Nacional, de la que el mismo Borges es presidente. Que el presidente Temer del Brasil e incluso la presidente de Chile, Michelle Bachelet, le declaren al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en sendas conversaciones telefónicas celebradas este fin de semana su beneplácito y disposición a contribuir a la democratización de Venezuela. Que el viernes pasado el principal vocero y analista de la política norteamericana, The Washington Post, aplaudiera la iniciativa de Luis Almagro y le aconsejara al presidente Trump respaldarlo sin reservas como forma de inaugurar una nueva época en las relaciones Estados Unidos-Latinoamérica. Mejorando sustancialmente con ello su imagen internacional.

¿Cómo explicarse la opinión de Borges considerando que no es necesario aplicar la Carta Democrática para iniciar un proceso de desalojo de la dictadura que nos devasta? ¿La comparten sus compañeros de partido y el gobernador de Miranda y ex bicandidato presidencial Henrique Capriles? ¿Qué temores y frente a qué líderes opositores albergan esos corazones renuentes a aceptar el insustituible respaldo internacional? ¿Sin el cual no habrá salida a la crisis venezolana?

Conozco a Borges y me niego de plano a considerarlo un colaborador del régimen dictatorial que nos devasta y aniquila. Posición de respeto que me niego a compartir respecto de algunos dirigentes de otros partidos de la MUD, de los que me cabe albergar las mayores sospechas. Así tales sospechas le provoquen urticaria a los payasos, doctores, ex funcionarios internacionales, columnistas, bustos parlantes, académicos y politicastros que los promueven y asesoran.

Pero al parecer todos los partidos de la MUD comparten la misma servil obediencia a las promesas electorales del régimen. Al extremo de dar por hecho, como pareciera hacerlo el secretario general de AD, que en 2018 el régimen sí realizará elecciones generales. Y saldremos elegante y pacíficamente de esta crisis. ¿Sobre qué fundamentos basan tales certidumbres, al extremo de arremeter sus portavoces –entre ellos viejos, añejos, corruptos y ya comprobados malandros de la picaresca periodística nacional–, contra quienes tenemos las más fundadas razones para creer que los señores Maduro, El Aissami, Elías Jaua, Diosdado Cabello y sus pandillas de asaltantes de camino solo cederán el poder cuando la soga comience a rasparles los pescuezos?

No habrá elecciones ni en 2017 ni en 2018 ni nunca jamás si la Iglesia, el pueblo y los sectores más conscientes y aguerridos de la sociedad civil no aprovechan los vientos a favor que soplan desde el exterior –la Casa Blanca y la OEA, Temer, Macri, PPK, y todos los países dignos del hemisferio– y un tsunami de incalculables dimensiones asome el poderío incontestable de un pueblo embravecido. Así tal protagonismo disguste a quienes quisieran atosigarse con tortillas imaginarias cocinadas sin romper los huevos. La cuadratura del círculo.




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