Antonio Sánchez García: Julio Borges, la MUD y la teoría de los espacios


Basta comprobar el estado en que se encuentra el entonces candidato Manuel Rosales, el poder efectivo y real de la Asamblea Nacional en mayoritarias manos opositoras y el doloroso fracaso del referéndum revocatorio propuesto por Henrique Capriles para desmantelar la falacia que encubría dicho argumento. Que más que un argumento era una infamia. No fue la abstención la causa de la dictadura. Fue la dictadura la causa de la abstención.

El último remanente argumental del que continúan aferrándose los náufragos de la oposición ahora revalidada para legitimar su disposición a someterse a las humillaciones de Nicolás Maduro, Vladimir Padrino y Tibisay Lucena fue inventado allá por el año 2006, en los prolegómenos del turbio arreglo entre Teodoro Petkoff y Julio Borges para desbancar el empuje y los ímpetus de la sociedad civil –que venía arrastrando en solitario el pesado carro de la oposición a la entonces protodictadura– para hipotecar su fuerza contestataria, endosársela a los partidos políticos –que recién medio que se recuperaban del desastre de la Cuarta– y acoplarla al carro del candidato Manuel Rosales. Basta comprobar el estado en que se encuentra el entonces candidato, el poder efectivo y real de la Asamblea Nacional en mayoritarias manos opositoras y el doloroso fracaso del referéndum revocatorio propuesto por Henrique Capriles para desmantelar la falacia que encubría dicho argumento. Que más que un argumento era una infamia. No fue la abstención la causa de la dictadura. Fue la dictadura la causa de la abstención.

Me explico. Por entonces, el pueblo democrático venezolano cargaba lo que en buen romance llámase una soberana arrechera. Después de sacar a Chávez del poder a punta de coraje, voluntad y decisión, con docena y medio de muertos a su espalda, había tenido que calarse el que un general golpista amparado en las sombras –para los hechos narrados muy poco importa que hoy siga preso– apareciera a sacarle las patas del barro, la nueva izquierda corriera a auxiliar del brazo de Luis Miquilena, Ignacito Arcaya y el teodorismo al acosado caudillo, un diálogo que presagiaba el fracaso de todos los que vendrían posteriormente, hasta el día de hoy, encharcara las recién estrenadas dirigencias, un plebiscito convertido en referéndum ante las barbas opositoras fuera resuelto a favor del régimen con el fraude más monumental de la historia política venezolana y como fresa en torta el régimen convocara a elecciones parlamentarias. Fue cuando el pueblo opositor impuso la abstención. Y cuando Julio Borges, que votó encapillao, pergeñara “la teoría de los espacios”. Que de ella se trata.

En perfecto conocimiento de la estrategia chavista –neofascista y seudodemocrática hasta los huesos, a saber: apoderarse de las instituciones para vaciarlas de todo contenido y anclar su tiranía en sus puntos fijos a vista y paciencia de las víctimas– y muy consciente de la blandenguería medular de los candidatos opositores que irían a la Aasamblea a lo mismo que fueran el 6 de diciembre de 2015, una década después, aunque con muchas menores posibilidades de éxito, se impuso la abstención. Sin que nadie en particular la impusiera. Fue una suerte de Fuenteovejuna, anónima y colectiva. Un acto motivado por la certera intuición de lo que por angas o por mangas sucedería, tal cual el 6D terminaría por suceder: legitimar la dictadura. Salvo que estos candidatos, algunos de ellos después paridos y con ímpetus liberadores, se tomaran en serio el enfrentamiento contra la dictadura y lo convirtieran en la Masada de los judíos que lucharan hasta morir contra el poderío romano. Lo que obviamente no sucedió ni jamás sucederá bajo estas coordenadas.

Desde entonces, no hay ocasión en que no salga un militante de Primero Justicia a culpar a los abstencionistas de diciembre de 2005 por la existencia de la dictadura de 2017, la crisis humanitaria, los presos políticos, los muertos de 2014, la entrega de la soberanía a los tiranos cubanos, el narcotráfico, la inflación, la falta de medicinas, las muertes por hambre e inanición y los más de 300.000 asesinados por el hampa rojo rojita.

¿Cree usted sinceramente, querido lector, que armados de ese poderoso instrumento analítico y categorial Julio Borges, Henry Ramos Allup, Manuel Rosales, Henry Falcón, los nuevos coordinadores ejecutivos de la MUD y sus boys lograrán finalmente desalojar a la dictadura de todos los espacios que ocupan –el TSJ, la contraloría, la Fiscalía, el Banco Central de Venezuela, todos los cuarteles y comandos de las Fuerzas Armadas, aeropuertos, puertos y otros lugares estratégicos–, para ocuparlos ellos en gloria y majestad, restituyendo la plena vigencia del Estado de Derecho para bien de la Venezuela eterna?

Está en su pleno derecho. Después de los 13 años transcurridos desde la invención por Julio Borges de su teoría de los espacios, tengo las más serias dudas. La victoria del 6D, en lugar de haberle servido de práctica confirmación, ha demostrado lo contrario. El problema no es el espacio, es el PODER que lo sustenta. Y eso no se conquista con buena voluntad. Ni con elecciones. Pues como lo afirmara hace 14 años: no se trata de tener elecciones para salir de la dictadura. Se trata de salir de la dictadura para tener elecciones.

Así son las cosas.




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