Antonio Sánchez García: La metamorfosis: el diálogo continúa

Antonio Sánchez GarcíaAntonio Sánchez García

Antonio Sánchez García: La metamorfosis: el diálogo continúa

No hubo ni un ejemplo de oposición enérgica, de hombría ni de firmeza. Solo pánico, huidas y transfuguismo. En marzo de 1933 había millones de personas dispuestas a combatir. De la noche a la mañana se vieron traicionadas, sin dirigentes y sin armas… Este fracaso moral estrepitoso de los dirigentes de la oposición fue una de las características básicas de la “revolución” de marzo de 1933 que facilitó sobremanera el triunfo de los nazis.

Quien se haya encontrado en la situación extrema de un asalto a mano armada, en despoblado, nocturnidad y con alevosía, sabe perfectamente cuáles son los límites máximos alcanzables en tan compleja circunstancia: salvar la vida. Más nada. Sería absolutamente hipócrita sostener que bajo esas circunstancias es posible sostener un diálogo y “negociar” con los asaltantes, que presionan el caño de sus pistolas contra nuestras sienes. A no ser que el único bien que nos reste a los asaltados, luego de permitir ser ultrajados, maniatados, abusados y robados, sean nuestra vida y las de los nuestros. En rigor, si por negociación, tal como lo define el empresario ex militante de la Causa R y asesor del diálogo gobierno-MUD Jorge Roig se entiende lo que él define como negociación entre partes supuestamente iguales: “Tú tienes algo que yo quiero y yo tengo algo que tú quieres. Vamos a ver si lo podemos intercambiar”, lo cierto es que tales términos están absolutamente fuera de lugar: el asaltante no tiene nada que yo quiera, salvo tal vez las armas y su decisión de jugarse la vida por asaltarme, matándome si es necesario. Y yo tenía, muy por el contrario, todo lo que él ya tiene e hizo suyos: todos mis bienes de fortuna, ya encaletados en mi camioneta y debidamente asegurados como para salir huyendo cuanto antes con su botín. ¿Negociación? Yo te aviso, Chirulí. Atraco y chantaje, más nada. Si acaso, confabulación y pacto para alcanzar secretos objetivos y acuerdos comunes. Es lo que yo llamo: el Pacto de Santo Domingo. Una permisividad mutua a costa de la libertad y la existencia de la democracia venezolana. Lo que a ser francos, a Rodríguez Zapatero, a Fernández y a Torrijos, a Maduro y los hermanos Rodríguez y al parecer a los dialogantes de la MUD les trae sin el menor cuidado. Lo de ellos es sobrevivir. Y punto. Estamos ante una cayapa de la que los venezolanos estamos absolutamente marginados, un acuerdo de cogollos de sus propios intereses, absolutamente al margen de la voluntad popular expresada democrática y ejemplarmente el 16 de julio pasado. Los cogollos del régimen y de su oposición se han divorciado de la voluntad y de las querencias del pueblo venezolano, en cuyo nombre supuestamente están negociando. Asaltantes y asaltados negocian el reparto. Todo lo demás es cuento.

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¿Es extrapolable la dramática situación descrita, que millones de venezolanos, incluidos mi familia y yo hemos vivido en el curso de estos años de humillación y oprobios, a los diálogos y negociaciones ya celebradas o por celebrarse en el futuro entre los detentores del poder y los llamados representantes de los partidos políticos supuestamente opositores? Nosotros y una mayoría muy calificada de ciudadanos legítimamente opositores sostenemos que sí. Que los términos del diálogo o la negociación que sostiene la MUD con el gobierno son absolutamente dispares, desiguales, injustos en su esencia y condenados al fracaso por su propia naturaleza. Y ello, precisamente, por partir del falso supuesto de la perfecta igualdad de dialogantes y negociadores, por los derechos que les asistirían por igual a unos y otros, porque unos y otros serían meras piezas de un legítimo intercambio en que “yo tengo algo que tú quieres y ellos tienen algo que queremos nosotros”. Jorge Roig dixit. Falseando la verdad histórica de manera cazurra, aviesa y oportunista.

Es la falacia, la incongruencia, la falsía consustancial a los términos con los que Jorge Roig describe sus empeños negociadores en una entrevista sostenida con el periodista Hugo Prieto, del medio de la red llamado Prodavinci. Próxima, si no idéntica a la vocería de la MUD. En ella, los contendientes de un enfrentamiento mortal que acarrea la pérdida de una nación, con todo lo que ello significa y representa, son tratados con la indiferencia de quien observa un partido de ajedrez. Se trata de iguales entre iguales, así, en la práctica, unos sean los asaltantes que irrespetan todas las reglas del juego, y los otros, sus víctimas. Así unos estén armados hasta los dientes y los otros se encuentren inermes y en la absoluta inopia. Un juego perfectamente organizado para que el vencedor, siempre, sea el asaltante. Y el vencido, por los siglos de los siglos, el asaltado. Es esa cancha de fútbol inclinada a favor del arco del régimen desde que se tolerara y premiara el ultraje, el crimen y los asesinatos cometidos el 4 de febrero de 1992. Crimen del que muchos opositores de hoy formaron parte, o lo toleraron y alcahuetearon hasta entregarle al criminal mayor las llaves del reino.

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En lo único que acierta el empresario Jorge Roig es en el reconocimiento del estado de fuerza que condiciona tal diálogo o negociación, anulándolo en su esencia. Bajo presión, amenazas y torturas no se negocia: se capitula. Sin sus masas de respaldo en las calles, como las tuviera en el pasado y las boicoteara corriendo a fotografiarse con los asesinos, la oposición corre a rendirse. ¿Cómo no hacerlo si el asaltante terminó corrompiendo y ganando para su causa al guardián de los asaltados? ¿Negociar frente a unos negociadores presididos por Vladimir Padrino y sus fuerzas de choque? ¿Negociación con los cañones de los ejércitos cubazolanos orientados a nuestras cabezas? Vuelvo a avisarte, Chirulí.

¿Qué ha sucedido para que tales asesores y sus mandantes hayan olvidado que Venezuela es una casa asaltada, que sus habitantes mueren de mengua por causa del asalto, es más: que si está en el lamentable estado de miseria, ruina y abandono en que se encuentran se debe a una política devastadora cuyo fin es terminar de arrasarla voluntaria, expresamente y a propósito para montar el único gobierno y régimen al que aspiran: un sistema tan castrocomunista como el cubano, al que por lo demás sirven? ¿O es que la MUD ha terminado por aceptar la legitimidad de un gobierno ilegítimo, tramposo, entregado en cuerpo y alma a la tiranía cubana? ¿O es que los jefes de los partidos integrantes de la MUD, tras dieciocho años a la rastra del régimen, han terminado por metamorfosearse con los pandilleros de Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Tareck el Aissami y los hermanitos Rodríguez? ¿Y, trasmutados, ya no se distinguen unos de otros?

¿Por qué tan científicos, sabios y experimentados asesores –el mismo Roig, Colette Capriles, Luis Vicente León y los otros expertos que les acompañan–, se niegan a decir una sola palabra sobre la naturaleza, la filosofía y la estrategia que asiste a los asaltantes? ¿Por qué se niegan a reconocer los derechos constitucionales, históricos, antropológico culturales y religiosos que nos asisten, mientras a la contraparte no les asiste más que la voluntad y la decisión de apoderarse a mansalva de Venezuela y aplastar toda oposición a sus designios en el más clásico estilo marxista, estalinista, fascista, nacionalsocialista, hitleriano, castrista de los términos?

Llegado a este punto se hace palmario un hecho por demás escandaloso y aberrante: Jorge Roig, todo el cuerpo de asesores y la MUD en pleno han terminado por subsumirse en cuerpo y alma en el universo gobernante y han decidido mejorar su rendimiento y resultados para mejorar la situación de sus desvalidos ciudadanos. Han optado por la política de auxiliar a Maduro bajo el pretexto de servir a nuestra sufriente humanidad. Asaltados, auxiliemos a los asaltantes para disminuir los costos del asalto. Comienzan, así, a mostrar los síntomas del llamado síndrome de Estocolmo. Ya que aceptaron entregar el poder y renunciaron a toda reivindicación macropolítica –el poder y la democracia–, echémosle una mano al gobierno de este régimen en el que ocupamos la parcela llamada oposición para que el sufrimiento y nuestra marginación no sean tan berracos. Claudicaron y aceptaron el papel de colaboradores. Luis Vicente León lo dijo sin la menor vergüenza, como si fuera la cosa más natural del mundo: Maduro no precisa dejar el gobierno para implementar los cambios económicos que le estamos recomendando. Es la brutal aceptación de la dictadura como el estado natural que impera en Venezuela y a cuyo gobierno se le debe auxiliar para aminorar sus costos sociales.

¿Qué tiene de extraño que ante una claudicación de tamañas dimensiones históricas, aprobada por Henry Ramos Allup, Julio Borges, Leopoldo López, Manuel Rosales, Henri Falcón y sus partidos y partidarios la sociedad civil haya decidido dejar el campo y negarse a legitimar la tramoya electorera del Pacto de Santo Domingo?




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