Armando Martini Pietri, @ArmandoMartini :Preguntas en el desierto

Armando Martini Pietri

Venezuela se debate a diario entre disyuntivas y, peor, cada día aparece otra. ¿Negociar o no? ¿Participar o no en la constituyente? ¿Marchar aquí o allá? ¿Vamos para tal parte y nunca llegamos, pero volvemos a ir? ¿Si seguimos nos agotamos? ¿Manejamos el cansancio o nos atiborramos de café? ¿Y si no conseguimos café? ¿Estamos o no en dictadura? ¿La fiscal es una cooperante infiltrada, una arrepentida de conveniencia o una heroína de la libertad? ¿Son sinceros los magistrados que de repente hablan, se arrepienten y se muestran desobedientes? ¿Saben algunos ministros qué es de verdad un salto de talanquera, hay una especie de geografía del talanquerismo nacional e internacional?

Con todo esto de las redes sociales, las preguntas aumentan y las respuestas se multiplican, cada celular, cada computadora, cada mensaje de Instagram, Facebook, Twitter y otros es una opinión, es abrumador, ¿será que ya no hay dirigentes de verdad que piensen, nos resuelvan dudas y actitudes?

Pues no, cuando todos opinan, y ese es un derecho sagrado, no hay opinión. Son muchas preguntas e interpretaciones para mil palabras. Hubo tiempos en los cuales prevalecían dos o tres opiniones de grandes hombres, y teníamos la sensación tranquilizante de que tenían razón y seguir sus caminos era lo adecuado, conveniente y correcto. Pero esos conductores envejecieron, murieron, hoy tenemos la multiplicación de los criterios. No hay respuestas para las preguntas, ahora son preguntas para las respuestas.

Por ejemplo, la cuestión madre con una respuesta que el castro-madurismo ni entiende ni puede aceptar: democracia. Una contestación con tres elementos esenciales, ninguno de los cuales puede faltar, porque si uno no está no existe la respuesta: libertad, derechos y deberes. No se trata de leyes, se trata de esos elementos precisados en las legislaciones. ¿Pero cómo pueden entender libertad, derechos y deberes quienes solo pueden cumplir órdenes, y cómo pueden entenderlos quienes sólo saben y quieren darlas?

¿Puede un ladrón entender el derecho a la propiedad, puede un asesino comprender el derecho a la vida, sabe un embustero cómo cumplir el deber de decir la verdad, entiende un ateo qué es la fe?

No es imaginable que quienes llevan generaciones ejerciendo y aceptando una tiranía feroz comprendan que haya gente dispuesta a reclamar en la calle y militares, policías y jefes que lo toleren. Es como pedirle a un analfabeta que comprenda la teoría de cuerdas, que no es otra cosa que un modelo fundamental de física teórica que básicamente asume que las partículas materiales aparentemente puntuales son en realidad «estados vibracionales» de un objeto extendido más básico llamado «cuerda» o «filamento».

Por eso aparecen opiniones y respuestas sin fin. No son contestaciones, solo recursos para tratar de avanzar en una selva profunda –eso que el imperialismo llama “rain forest”– sin más guía que el que tiene el machete. Inventos para tratar de salir de la anarquía de opiniones, respuestas, tomas de posición, manifestaciones y, lo verdaderamente importante, el arma insuperable de los pueblos: la voluntad de cambiar.

Eso es el invento de una asamblea nacional constituyente prepagada. Una brújula sin norte magnético, la aguja solo se mueve de un lado a otro y quienes las llevan –hay una para cada quien, todas iguales– cree que va en buen camino cuando en realidad cada paso adelante –o atrás– es ruta segura hacia la confusión.

Es en ese mundo del desierto sin mapa real donde estamos todos. Un gobierno que entrega bitácoras falsas como una constituyente sin norte magnético, y unos pocos que, sin comprender nada, dan pasos con ella. Y se pierden más profundos en tierras de arena.

Otros, cada día son más, ni entienden ni quieren ni aceptan otra brújula, saben que están en zona desértica, conscientes de que están perdidos y hacen preguntas, cuestionan, miran a su alrededor casi con desesperación buscando al guía. Es decir, luchan por su vida.

Entonces lo que pasa es lo que le ha sucedido históricamente a los caminantes del desierto. Que duna a duna, viento a viento, van experimentando, descartando, borrando, remarcando caminos. Pasos adelante, a los lados, atrás. Pueden parecer extraviados, desconcertados, pero siguen aprendiendo y, día tras día más conocedores, van dejando de hacer preguntas, la valentía de cruzarlo los empuja, les da fuerza, es su agua y su alimento. No hay sol candente ni noche helada que los detenga. Puede que no sepan bien dónde están en un momento dado, pero siempre saben a dónde van.

Caminantes del desierto, cada paso más experimentados, aprenden y consolidan su propio camino. Quizás no sepan en detalle dónde se ubica el oasis, pero conocen que existe y que está, y nadie ni nada puede ya detenerlos.

Han aprendido tanto que saben más que los guías, ahora son ellos, quienes deben seguirlos. O morirán de sed, hambre e insolación porque el desierto es enorme pero no infinito, y el tiempo, ya lo dijo Albert Einstein, nadie puede medirlo realmente pasa más rápido de lo que quisiéramos convirtiéndose en minutos o más lento, una especie de física universal de la paciencia.

Como los judíos en su desierto, no sabían por dónde los llevaba Moisés, pero estaban convencidos de que llegarían a la tierra prometida que ofreció Dios. Recorrieron el desconcierto y la desorientación cuarenta años y llegaron. Arribaron, la tomaron, pelearon espada en mano y fe en el espíritu con todos los que tuvieron la osadía de oponérseles. No hubo fuerza capaz de detenerlos, era la tierra prometida y la confirmaron como suya con sus propias manos. Ellos, el pueblo judío.

Pero a Moisés, el guía, Dios no le permitió entrar en ella. Pudo verla de lejos y señalarla con la mano extendida. Pero no ingresar.

Terminaron las preguntas, el desierto es un gran maestro forjador de hombres y mujeres educados para vencer, porque su brújula no está en las manos, ni en los guías, está en las mentes.




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