Benedicto XVI lucha por mantener el rumbo en medio de los escándalos


Benedicto_XVI_dando_la_bendicion_Papal21     Fue una mezcla de sensaciones. El 19 de abril de 2005 salió humo blanco por la chimenea de la Capilla Sixtina.

“Habemus Papam”, tenemos Papa. Apenas dos semanas y media antes, millones de personas lloraban la muerte de Juan Pablo II, que falleció a los 84 años tras un largo sufrimiento.

En el balcón de la basílica de San Pedro apareció como Pontífice quien durante un cuarto de siglo fue el cardenal más poderoso de Karol Wojtyla. En un cónclave relativamente breve, el alemán Joseph Ratzinger fue escogido cabeza máxima de la Iglesia, tres días después de haber cumplido 78 años.

“Wir sind Papst!”, “Somos Papa”, tituló entonces el diario alemán de mayor tirada, el sensacionalista “Bild Zeitung”. La principal pregunta entonces era como dirigiría Ratzinger -uno de los más estrictos prefectos de Roma- la Iglesia católica.

Cinco años después, los sentimientos respecto a Benedicto XVI están encontrados. El brillante profesor de teología bávaro, el mismo que no quería ser Papa, consiguió en un primer momento ganarse a la mayor parte de los creyentes con su estilo amigable y reservado. Pero después, algunas de sus palabras causaron preocupación entre los musulmanes.

Por si fuera poco, problemas de comunicación del Vaticano empeoraron la crisis creada en torno al acercamiento de Roma al obispo británico Richard Williamson, de la ultraconservadora Hermandad de San Pío X, que minimizó el Holocausto nazi. Ahora, la lentitud y falta de transparencia al destapar los casos de abusos sexuales a menores por parte de religiosos ha agrandado la distancia entre la Iglesia y los fieles.

“Sólo soy un sencillo y pequeño trabajador en la viña del Señor”, declaró al ser elegido quien dirigió la Congregación para la Doctrina de la Fe, a menudo descrito por sus enemigos como “cardenal acorazado” o “cabeza de cemento”.

Cuando Juan Pablo II le llevó al Vaticano, Benedicto XVI ya tenía el mismo lema que hoy mantiene: “No todas las noticias que lleguen desde Roma serán agradables”. Para Ratzinger, entre sus tareas está continuar con la línea conservadora de su predecesor tan bien como sea posible.

Además pretende mantener la unidad de la Iglesia, también en tiempos difíciles. Y se mantiene fiel a los valores que considera esenciales. Así, no se han acometido reformas tan esperadas como la del celibato o la moral sexual.

“Benedicto no fue elegido para dar una vuelta de timón”, aseguró al semanario “Spiegel Online” uno de sus antiguos alumnos, Wolfgang Beinert. “Su personalidad es esencialmente conservadora”. Por eso mantiene la posición de rechazo al aborto, la eutanasia y el uso de preservativos en la lucha contra el sida, destaca la “singularidad” de la Iglesia católica y permite prácticas litúrgicas ya obsoletas, como la de pronunciar la misa en latín.

Junto al escándalo de abusos sexuales, la crisis de Williamson lastra el pontificado y deja al descubierto los déficits vaticanos.

Con la discutible retirada de la excomusión a la Hermandad de San Pío X, la Santa Sede se metió un gol en propia puerta, al haber pasado por alto que entre los readmitidos se encontraba un negacionista del Holocausto. Con estos ejemplos la curia no puede evitar transmitir un mensaje de saturación.

“Si el Vaticano hubiera aclarado estas cosas a tiempo, quizás se hubieran podido entender mejor”, apuntó quien durante años fuera director de la seccion alemana de Radio Vaticano, Eberhard von Gemmingen.

Los musulmanes se indignaron con las citas críticas con el Islam pronunciadas por Benedicto XVI durante la charla que ofreció en Ratisbona, mientras los judíos no sólo se sintieron molestos por el caso Williamson. Sus críticos lamentan también la paralización del acercamiento ecuménico. Además, cuando se refiere a otras religiones, la desconfianza parece mayor que nunca.

“El estado crítico es prácticamente permanente”, explica a dpa el experto en temas vaticanos de “La Reppublica”, Marco Ponti, que además nota una falta de liderazgo. “Si no se tiene mano para gobernar, siempre hay problemas”, apunta. ¿Le falta acaso a Ratzinger talento para dirigir? Los cambios en el Vaticano necesitan tiempo y el Papa parece centrarse más en la renovación interior de las personas que en reformar la estructura de la Iglesia del siglo XXI. En un primer momento se dijo que Ratzinger sería un Pontífice de transición. Pero ahora, el hombre que no quería ser Papa, lleva cinco años en el cargo.

Benedicto XVI mantendrá su línea y cerrará filas, mientras su Iglesia crece en Asia y Africa. Nadie puede esperar la gran reforma de este Papa, que sin embargo ve a su Iglesia como un actor global en un mundo de valores, ecológico y de trato de social.

Bienintencionadas encíclicas como “Dios es amor” apenas conseguirán evitar que se produzcan nuevas nuevas crisis, ya que la manera de vivir el cristianismo que exige Joseph Ratzinger no está exenta de polémica.




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