Carlos Blanco: Del sueño a la narcopesadilla


El narcotráfico en el Estado venezolano no es un fenómeno fortuito sino la consecuencia directa del intento revolucionario bolivariano. No es que unos muchachos, desprevenidos, se extraviaron en el camino, sino que a fuerza de ser fieles al ideario de Chávez llegaron a esa calamidad.

El proyecto bolivariano continental llevó a Chávez a intervenir en las elecciones presidenciales que pudo para que sus amigos arribaran al poder; también lo condujo a alianzas con movimientos de la izquierda más atrasada del planeta para impulsar lo que, aseguraban, era “el sueño de Bolívar”, la de América una y unida.

En cuanto a Colombia, no hay que olvidar que Chávez inició su mandato con filípicas repetidas en contra de “la oligarquía colombiana”, hija única y predilecta de Santander según su indiscreta ignorancia; tales ataques a las élites vecinas no eran más que la cobertura para unas relaciones cada vez más intensas con los grupos guerrilleros, especialmente con las FARC. Siempre hay que recordar que la fascinación por Fidel Castro no fue la única, también hubo arrebatos –aunque en menor escala– por Manuel Marulanda, el de la toallita pestífera en el hombro.

Cuando la flecha del Cupido marxista-leninista-guevarista atravesó y unió los corazones de Chávez y Marulanda, ya las FARC llevaban largo rato en la coyunda con el narcotráfico: protección para los laboratorios de cocaína a cambio de millones de dólares para la guerrilla. En el instante en que Chávez facilita el territorio venezolano como aliviadero de las FARC, también como base de operaciones y lavado de dinero, fue el momento en que mutó el gen del proceso chavista y se abrió paso el narcotráfico en los más altos niveles del Estado venezolano.

No era sólo permiso o hacerse de la vista gorda para que los chicos de Raúl Reyes y Timochenko entraran y salieran como Pedro por su casa, sino que hubo que garantizar el tránsito y el tráfico de droga, lo que implicó a oficiales, soldados, policías, guardias, guardaespaldas, asomados y desde luego altos funcionarios. Poco a poco, el crimen organizado tejió su red dentro de la estructura del Estado; no sólo se necesitaron cómplices, sino personal bien colocado para transitar por el país, abrir y cerrar contenedores, dar permisos en aduanas y otros salvoconductos burocráticos. Y muchos dólares para la lubricación del dispositivo.

Lo que fue una idea aparentemente luminosa, la de la “América toda” transformada en Nación; en manos de un aventurero ignorante se transformó, al cabo de los años, en la tragedia de un narcoestado.




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