Elías Pino Iturrieta: El militarismo chavista


El entendimiento de la crisis que experimentamos aconseja una mirada hacia el papel de los militares. Son una pieza fundamental del rompecabezas. Así como colocamos el oído en las campanas de la catedral en procura de auxilio, cada vez miramos con mayor insistencia hacia el interior de los cuarteles. No parece una conducta sorpresiva, pues desde antiguo hemos estado pendientes como sociedad del llamado de los campanarios y de la bulla de las tropas. El tema eclesiástico no se tocará ahora pero, en cambio, se intentarán unas reflexiones sobre cómo conviene mirar hoy a los uniformados con una atención excepcional.

El tema militar ha copado la sensibilidad de los venezolanos desde la Independencia, no en balde fue ella el resultado de una hazaña bélica. Nacimos como república en los campos de batalla, y por más que insistamos en llamar la atención sobre la esencia del civilismo en el suceso, es evidente que le corresponde un segundo plano porque los asuntos principales dependían de las charreteras y de las espadas. Por eso hay un superávit de militares en el Panteón Nacional, en la iconografía más recurrente y en los manuales escolares, sin que podamos quejarnos con fundamento por el predominio de una injusticia debido a una presencia tan apabullante. Si fueron ellos los fundadores primordiales de la historia republicana, no es hora de rasgarse las vestiduras porque los hayamos considerado como cabezas de la sociedad y porque busquemos su auxilio en nuestros días. Conviene recordar que Bolívar fue, en esencia, un héroe militar, y que en sus laureles hemos depositado la totalidad de nuestra confianza.

Con mucha historia antigua podía topar el comandante Chávez para colocar a los suyos en la vanguardia de la sociedad. Le bastaba con recordar las hazañas de Boyacá y Carabobo para encontrar el fundamento de su empresa, o con mirar las pinturas de Tovar y Tovar pobladas de soldados egregios e impolutos. Solo tenía que acudir a una memoria fácil, a unas reminiscencias manidas, para concretar un plan a través del cual la sensibilidad colectiva recibiera la correspondencia debida a su castrense adoración. Pero con la elevación de los militares Chávez se elevaba a sí mismo, se colocaba en la cúspide de una hegemonía que seguramente formó parte de las fantasías de muchos de sus predecesores, pero que no había colonizado del todo a la sociedad. Aquí llegamos al meollo del asunto, me parece.

Chávez determinó la existencia de dos tipos de venezolanos: los competentes y los ineptos, los iluminados y los corrientes. Los competentes eran los militares con él a la cabeza, y los otros solo servíamos para acompañarlos con docilidad mientras nos llenaban de luz. Figuró a Venezuela como un cuartel y puso en práctica la disciplina de ese tipo de institutos para ascendernos a juro a lo que juzgó como una etapa dorada de la historia. Habló del socialismo del siglo XXI, de la nueva batalla contra el imperialismo estadounidense y de la justicia social todavía pendiente, pero solo con el propósito de ocultar su predominio personal a través del predominio militar. Desde cuando vio las proezas de la militarada del Perú de Velazco Alvarado, en uno de cuyos desfiles estuvo en sus tiempos de cadete, acarició el designio de un pueblo destinado a la gloria bajo la conducción de los militares. Y les entregó el país, como jamás había sucedido en nuestra historia. Y tomó el país para sí, desde luego, con la sociedad de la parafernalia milica. Y les dio de todo mientras se reservaba la mejor parte, como nunca jamás, y entretanto el resto del pueblo ocupaba el lugar de las comparsas.

Cuando los militares hablan de socialismo y repiten consignas chavistas ¿gritan con sinceridad o cuidan una heredad, una fortuna inmensa, el poder incalculable que les dejó el hombre que los proclamó como conquistadores y señores de una nueva sociedad? Es probable que no sepan de la ilegitimidad de su encumbramiento y del insulto que significa, debido a que después de la Independencia se fundó una historia desconocida por Chávez en la cual el civilismo puso o quiso poner las cosas en su lugar con admirable persistencia. Pero también es probable que no piensen ni durante un segundo en bajarse del pedestal, pese a que son ahora la antihistoria. Algunos, claro está, porque la luz de la república no les está necesariamente negada a todos.

epinoiturrieta@el-nacional.com




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