Elías Pino Iturrieta: El primer año de la AN

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Se puede hablar de un primer año, porque habíamos perdido la memoria de lo que es de veras un Parlamento. Desde la llegada de Chávez, con su aplanadora de votos y con su discurso excluyente y amenazante, en el Capitolio solo se hacían trámites favorables a los intereses del régimen, sin la deliberación propia de las democracias. Se ha avanzado mucho desde diciembre del pasado año, por lo tanto, sin que echemos las campanas al vuelo por la rehabilitación de una actividad primordial para el bien común. Estamos apenas ante el primer capítulo de un renacimiento sin el cual no existe la transparencia en el manejo de los negocios atinentes a la sociedad, llevado a cabo entre trancas y barrancas, detenido en la obligación de convertirse en un fenómeno redondo o completo, situación de medianía o de vacilante progreso que requiere alguna reflexión.

Comenzar después de una travesía en el desierto no es asunto sencillo. Retornar a la discusión pública después de la persistencia de un simulacro de debate, después de una disciplina manejada como en el cuartel por unos mandones de largo turno, obliga a la vacilación. Los debuts no son de paso firme. Los maletillas van poco a poco. La soltura de la lengua y de los razonamientos requiere de ejercicios prácticos antes de trabajar con propiedad luego de dos décadas de mudez. La costumbre del silencio apenas se disipa cuando se superan los amagos que al fin dejan de ser hábito cotidiano. Así ha sucedido con la flamante AN controlada por la oposición, si acudimos a una impresión que apenas se detiene en la superficie de los hechos. Es evidente que el estreno del Parlamento ha debido pasar por un lapso de pruebas en cuya evolución se descubre la falta de entrenamiento.

Hay una falencia mayor, no obstante, si no se mira solamente la fachada del asunto. La nueva mayoría no se dio cuenta, por lo menos casi hasta ahora, del respaldo social que la acompañaba. Ha actuado como si hubiera ganado por un puñado de votos, como si hubiera copado las curules de refilón a partir de unos escrutinios apretados, como si la comodidad del soporte popular no la invitara a desafíos obligados por el clamor de cambio solicitado a gritos por los votantes. Los votantes de diciembre del año pasado pedían una variación fundamental de los negocios públicos, provocada por el mandato de su voluntad, de la voluntad popular, pero sus representantes no calcularon, en este primer lapso de funciones, la magnitud del vínculo que los obligaba a actuar en consecuencia. El pueblo los convocaba a un trabajo de mayor celeridad y de necesaria profundidad que aún no se ha concretado. En consecuencia, se puede hablar de una inconsistencia entre la conducta de la mayoría de los diputados y la orden dispuesta por sus representados. Si se ha de hacer un inventario de la frustración de los electores ante la conducta de sus diputados, probablemente predominarán los reproches fundados. Es cierto que Venezuela no se rige por un sistema parlamentario, sino por las determinaciones de un presidencialismo exacerbado desde tiempos remotos, pero el hecho no puede conducir a la bendición de los amagos y de las poses fallidas del recién estrenado Parlamento, de los espectáculos personales y de los gestos para la galería, que jamás fructifican.

Pero en el inventario ocupa lugar sobresaliente la actitud del régimen, empeñado en desconocer la voluntad popular. Para el gobierno no existieron elecciones parlamentarias en diciembre pasado, sino solo una minucia circunstancial que se supera a través de las zancadillas más groseras, de los trucos pueriles, del ejercicio de las ventajas a las que se ha aficionado una autoridad que se considera dueña del país y no admite rivalidad en su monopolio. El pueblo solo existe para el chavismo cuando es su multitudinario borrego, pero nunca cuando levanta la cabeza a través de gestos ejemplares de civismo. Su decisión de asfixiar a la AN opositora implica la befa del pueblo que lo quiere echar de las alturas en las cuales se sostiene gracias a la arbitrariedad. Tal vez si los parlamentarios de la oposición se dan cuenta cabal de este deplorable entendimiento del oficialismo sobre las decisiones populares, rectifiquen el rumbo en el año que comienza.

 




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