ENDER ARENAS: Un día en la anomalía maracucha

Profesor Ender ArenasProfesor Ender Arenas

Amaneció y como siempre el calor es de agobio de día. Me levanto y me dirijo, se dirige al Cándido Express, de la avenida Paúl Moreno, y se encuentra con el siguiente escenario: no se puede estacionar, hay carros por delante, por detrás, por arriba, por un costado. Hay policías azules, de kaki, guardias nacionales, mucha gente de civil alrededor de ellos  y de los bomberos, portando paquetes de arroz, de harina y algunos llevan con cierto disimulo dólares, nunca billetes de 1 ese billetico es una verdadera peste, de cinco para arriba son los más apreciados y manoseados.

Mientras eso ocurre la cola se retuerce, se doble, se desdobla, se hace kilométricamente concéntrica mordiéndose la cola, perdonen la redundancia. Al fin cuando uno logra entrar a la tienda de la estación de servicio ocurren dos cosas, uno, que no hay casi nadie, el empleado me dice que es porque se acabaron las empanadas y dos no hay pan campesino porque no hay harina y lo peor cuando uno quiere irse, el carro  esta taponado por una veintena de plantas eléctricas.

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Ahora, ya estoy en mi carro y me dirijo a mi casa. Cuando paso el portón eléctrico, ya comienza mi drama del día: el portón está abierto y un ruido terrible se escucha, es la planta de mi vecino. Creo que su planta es muy inteligente, pues no bien se va la luz y enseguida la ruidosa maquina hace de mi calor domestico  un calor del infierno  insoportable (pero a veces pienso con rubor que es solo cochina envidia, pues yo no tengo una maquina de esas). Ya estoy en la casa  y ciertamente hay demasiado calor, me dice mi vecino que la luz se fue hace 15 minutos, pero ya es suficiente para convertir mi sala en un invernadero.

No puedo trabajar, porque no puedo leer, no puedo cocinar porque la jodida cocina es eléctrica, (quien carajo me mandaría a mí a comprar una cocina eléctrica). Bueno, disculpen la quejadera, de este sábado, nunca lo hago, especialmente los sábados, pero es que tampoco tengo agua fría.

Ahora son las doce menos cinco, la señora que me trabaja en la casa me dice que, ya que no hay luz y no tiene nada que hacer se va y que le dé para el pasaje: No tengo efectivo, Mónica (así se llama la señora), me da mucha pena, pero no sé cómo voy hacer para darte para el pasaje”, finalmente llegamos a un arreglo: le doy el último tubo de crema dental que me queda sin usar y ella dice que es suficiente para cubrir el pasaje.

Estoy en la sala, sudo copiosamente, abro las  ventanas de la sala y entra un golpe de calor que casi me ahoga.

Trato de dormir un poco, pero de verdad no puedo. Me quedo mirando al techo y pienso que Maracaibo es una ciudad que agoniza y que nosotros perdimos casi sin darnos cuenta nuestras seguridades y certezas fundamentales y nadie nos garantiza nada, ni siquiera una explicación que aminore nuestra rabia. El gobierno de Maduro y el regional de Prieto y el local de Casanova le han dado la espalda a la ciudad  y a su gente, como si no tuvieran conciencia del drama que vivimos. Bueno yo estoy seguro que no les interesa. Un amigo dice que él no está de acuerdo con esta quejadera del maracucho todos los días, pues bien se equivoca y yo reivindico el derecho a arrecharnos.

 

@RojasyArenas




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