José Domingo Blanco:“Malditos, van a morir”


Amanecimos de luto. Despertamos con la tristeza incrustada en el alma y haciendo nuestro el dolor de cada una de esas familias que hoy lloran la muerte de sus hijos. Muchachos que salieron a las calles con hambre de futuro y esperanza. Hijos que nacieron marcados por el signo de esta maldita revolución que solo ha traído desgracias. Jóvenes que se unieron a las protestas para exigir lo que por derecho les correspondía y, cuyas vidas, para este régimen, no significaron nada. Estudiantes, deportistas y músicos que lo único que anhelaban era vivir en libertad y democracia. Muchachos que nacieron y murieron en este socialismo distorsionado y putrefacto. Jóvenes que, al momento de ser asesinados, solo tenían en los bolsillos el carnet estudiantil, la cédula de identidad, el teléfono celular con cientos de llamadas perdidas de sus padres y las llaves de una casa a la que no retornarán jamás. Hogares que se enlutan. Padres a quienes les costará creer que es real la pesadilla. Madres que se sentarán al borde de la cama de un hijo que, prematuramente, se ausenta para siempre. Ya no habrá besos de buenas noches. Ni zapatos, ni libros regados por el suelo. Ya no habrá acto de graduación, ni competencia deportiva a la que asistir, ni concierto que aplaudir. Quizá, solo quedará una foto que apretarán con fuerza contra el pecho, como para inmortalizar el abrazo final que nunca sucedió.

El régimen está matando a nuestros muchachos que, legítimamente, tienen derecho de protestar. Y es mío el grito del padre que recibe esa llamada que le anuncia la muerte del hijo. Es mío el pesar del médico responsable de dar la noticia. Soy testigo silente del desgarro que significa ver cómo una familia se desploma, presa del dolor. No existen palabras de consuelo. Como tampoco puede haber justificación para esta situación que el régimen ha generado. Nuestra vida en el país es un eterno parte de guerra. La desgracia detrás de las protestas es una historia que se repite con demasiada frecuencia. Porque no solo son los asesinatos que comenten los órganos represivos de la revolución. También están los heridos, algunos de gravedad que, en un país sin medicinas, quizá estén sentenciados a muerte.

Las protestas, una vez más, han detonado el odio, el cinismo y la maldad del régimen. Pero, también sus miedos. Recordemos que la historia está llena de ejemplos, muy bien documentados, de lo que les ha pasado a los tiranos más crueles del planeta cuando la justicia por fin llega. Los asesinos de las nuevas víctimas están identificados, y visten uniformes. Y los colectivos también tienen su cuota de injerencia. Motorizados delincuentes que, armados y subsidiados por el Estado, juegan a los paramilitares y terminan actuando como lo que son: hampa común. Sobran testigos para incriminarlos. Faltan instituciones y funcionarios, moralmente correctos y éticos, que actúen apegados a principios y no a sus bolsas Clap o a las bonificaciones con las que les compran las conciencias.

“Malditos, van a morir”, gritaban los guardias nacionales en la protesta del miércoles 3 de mayo. Y con saña disparaban apuntando a las cabezas de los manifestantes o atropellaban sin piedad con sus tanquetas. ¿Quiénes son los asesinos? ¿Del lado de quién están las armas? Mi llamado es a las instituciones responsables de poner fin a esta situación. A actuar apegados a la ley y no al partido de gobierno. Estamos en presencia de crímenes que no prescriben y en los que, por omisión, ustedes también son cómplices. Como cómplices son todos los que, por conveniencia y beneficio –económico– propio avalan las atrocidades de un régimen que, a todas luces, es culpable. Porque, tan delincuente es el colectivo que roba y mata bajo el amparo de la GNB, como el enchufado que cobra por contratos que nunca se ejecutan, o el funcionario público que recibe comisiones que van a parar a las cuentas de sus testaferros.

¿Recuerdas Tarek William cuando ibas a ese programa de TV que conduje por tantos años, con tu maletincito y poemario, a denunciar las violaciones de derechos humanos de venezolanos, tan venezolanos como los que hoy tu régimen mata o, injustamente, tortura y encarcela? Más de un poema dedicaste a esa causa en la que creías antes de la amnesia; porque solo quien se aleja de los principios que una vez defendió, debe estar muy mal de la cabeza. Si aún te gustan los poemas, sugiero que leas este, escrito por un poeta de verdad, para ver si recuperas los recuerdos y comienzas actuar a la altura de las exigencias:

Canto de los hijos en marcha (Andrés Eloy Blanco):

“Madre, si me matan,

y muero en los bosques o en mitad del llano,

pide a los soldados que te den tu muerto;

que los labradores y las labradoras

y tú y mis hermanas, derramando flores,

hasta un pueblo manso se lleven mi cuerpo;

que con unos juncos hagan angarillas,

que pongan mastranto y hojas y cayenas

y que así me lleven hasta un cementerio

con cerca de alambres y enredaderas.

Y cuando pasen los años

tráeme a mi pedazo, junto al padre muerto

y allí, que me pongan donde a ti te pongan,

en tu misma fosa y a tu lado izquierdo.

Madre, si me matan,

pide a los soldados que te den tu muerto.

Madre, si me matan, no me entierres todo,

de la herida abierta sácame una gota,

de la honda melena sácame una trenza;

cuando tengas frío, quémate en mi brasa;

cuando no respires, suelta mi tormenta.

Madre, si me matan, no me entierres todo.

Madre, si me matan,

ábreme la herida, ciérrame los ojos

y tráeme un pobre hombre de algún pobre pueblo

y esa pobre mano por la que me matan,

pónmela en la herida por la que me muero”.




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