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Susanne Bier y la violencia sin fin

   ¿Siempre la violencia genera más violencia? Si es así, ¿tiene la indulgencia fuerza suficiente para detener el ciclo? Y si no, ¿es inevitable que una respuesta violenta contra el mal termine resultando contraproducente? Son interrogantes probablemente tan antiguos como el hombre mismo los que se formuló la cineasta danesa Susanne Bier cuando emprendió la realización de En un mundo mejor, el film con el que ganó el último Oscar a la mejor película extranjera.

No se proponía encontrar respuestas, sino examinar algunas de las formas en que la violencia se manifiesta hoy en ambientes tan opuestos como una aparentemente idílica ciudad de Dinamarca y un campo de refugiados en el interior de Africa y observar tanto las diferentes reacciones que pueden adoptarse frente a ella como las limitaciones con que se choca cuando se intenta modificar tal estado de cosas aun en el plano individual.

En realidad, las preguntas iniciales fueron otras, generadas por esa visión de los países escandinavos como paraísos de civilización que suele tenerse desde el exterior: ¿somos inmunes al caos, o tambaleamos sin conciencia al borde del desorden? ¿Es nuestra propia cultura avanzada, el modelo para un mundo mejor, o el mismo desajuste está acechando debajo de la superficie de nuestra sociedad? Ni Bier ni su estrecho colaborador, el libretista Anders Thomas Jensen, están muy convencidos de que la percepción que se tiene desde lejos coincida con la verdadera realidad de su país: de su intercambio de ideas sobre el tema nació el guión de la película, que Alfa Films estrenará pasado mañana.

Así, imaginaron una historia que transcurre en los dos escenarios: el nexo lo proporciona un médico sueco que divide su tiempo entre el pueblo de Dinamarca donde reside su familia y la misión humanitaria que desarrolla entre los refugiados en un país de Africa que el film no identifica. Allí suele atender a las víctimas (generalmente, mujeres embarazadas) del sanguinario y temido caudillo de la zona, que en algún momento, en trance de muerte, deberá recurrir a sus servicios. En el hogar europeo, además del conflicto conyugal (pues está separado y al borde del divorcio), lo esperan los problemas de su hijo mayor, de 10 años, que ha sido largamente hostigado por el matón del colegio hasta que consiguió la protección de un nuevo compañero, huérfano de madre, hostil hacia su padre y tan temerario como para atreverse a planear una venganza.

Los dilemas morales -que aquí enfrenta el protagonista- son frecuentes en el cine de Bier, como lo son también los personajes enfrentados a situaciones límite. En Corazones abiertos (2002), las consecuencias de un horroroso accidente trastornaba completamente la vida de dos jóvenes parejas. En Hermanos (2004), la guerra y el azar hacían que uno de ellos, hasta entonces la oveja negra de la familia, viviera una metamorfosis y asumiera los compromisos del otro, desaparecido. En Después del casamiento (2006), quien sufría la brusca alteración de su rutina era un trabajador social de un orfanato de Bombay, cuando debía volver a Dinamarca para asegurar el apoyo financiero de un poderoso magnate. En todas, Bier expone con crudeza, pero con mirada comprensiva, las fragilidades humanas. «Aquí -ha dicho-, el asunto era mostrar que, si bien las condiciones de vida en un campo africano y en un privilegiado rincón de Dinamarca no podrían ser más diferentes, la naturaleza humana es similar.»

Susanne Bier y la violencia sin fin was last modified: febrero 28th, 2024 by
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