El ingenio y el desespero en medio de la profunda crisis económica en la que está sumida Venezuela han convertido en una utopía la adquisición de la cesta básica. Ante las dificultades para conseguir los artículos imprescindibles para los hogares, muchas personas optan por el camino más fácil: las comidas prácticas y los snacks.
Los productos congelados, como tequeños, papas fritas o nuggets; bebidas instantáneas como chicha y té frío; galletas o dulces y hasta cremas para untar, se han convertido en parte de la dieta del venezolano para no pasar hambre. Sin embargo, no suplen el valor nutritivo de los carbohidratos y mucho menos de las proteínas, frutas y vegetales.
Además de la inflación, el índice de desnutrición sigue en aumento. Para “engañar el estómago”, al venezolano no le queda otra opción que reinventarse y amoldarse a la situación, pues si hay algo que caracteriza a esta sociedad es la capacidad de “bailar al son que le toquen”: así se ha ido creando una especie de “cesta de snacks”.
Caminando por Caracas se detecta fácilmente este fenómeno, pues menos personas llevan bolsas con productos de la canasta básica. Como es de esperarse, han surgido suplentes a los productos regulados. La carencia de harina precocida, arroz y pasta ha empujado a las personas a aumentar el consumo de pan en diversas presentaciones, cereales o tortillas.
Por otro lado, el agitado ritmo de vida y los altos costos han provocado que en las calles más personas elijan el consumo de donas, tostones o chocolates. Esta práctica es común en quienes se trasladan en transporte público y aún más en quienes se instalan por horas a hacer cola frente a los supermercados.
El problema de esta “cesta de snacks”, además, es que no está exenta de aumentar en los próximos días, al igual que el resto de los productos de la canasta básica.
Los consumidores en los supermercados afirman que les preocupa las consecuencias que podría traer el aumento salarial. Ven con preocupación que se agrave la crisis y que esta práctica afecte su salud.
