La hora pico en el Metro de Caracas es de calor, frustración y caos


a4   El Nacional presenta hoy un trabajo de Juan Carlos Figueroa que ofrece los detalles de la experiencia que viven los capitalinos cada día en hora pico, al utilizar el Metro de Caracas.

Este es el reporte que nos ofrece El Nacional:

Es una hora sin ley en el Metro de Caracas. “Mantenga una distancia prudencial de la franja amarilla”. “Colóquese a un lado de las puertas y deje salir a los demás pasajeros”.

“Permita el cierre de las puertas”. En ese momento, nadie repara en las normas que dictan los altavoces.

Queda refutado aquello de “dejar salir es entrar más rápido”. Hay una lucha entre los que se quieren montar y los que les urge bajar

Sucede en la mañana, al mediodía y al atardecer. Es el inicio y el punto final de la jornada diaria del caraqueño “de a Metro”. Pasa en Capitolio, en Plaza Venezuela, en Chacao, en El Valle, en Artigas. El caos invade las 4 líneas del sistema de transporte, que de lunes a viernes mueve por la capital a un promedio de 1,6 millones de personas.

Pasa ­y se padece­ en Chacaíto. Son las 5:30 pm y los usuarios, que para ese instante abarrotan el andén de la estación, se concentran en un único y desesperado objetivo: entrar al tren. En medio de la aglomeración, algunos temen caer en la vía, por lo que dan tímidos pasos hacia atrás.

Al fin, unas luces al final del túnel dan cuenta de que se acerca el momento. Todos se preparan: los estudiantes se descuelgan sus morrales, las mujeres abrazan con fuerza sus carteras y algunos intentan colearse. Segundos después, se detiene el tren y todo comienza.

Queda refutado aquello de “dejar salir es entrar más rápido”. Hay una lucha entre los que se quieren montar y los que les urge bajar. Son empujones, manotazos y golpes. Todo al mismo tiempo. En medio del descontrol, un joven dentro del tren intenta salvar sus lentes luego de recibir un codazo en la cara, al tiempo que una mujer lo empuja para entrar.

Ningún tropiezo o caída se toma en cuenta, y mucho menos frena la corriente de pasajeros que intenta subir o bajar.

El embudo humano se detiene por un segundo: algunos gritos anuncian un conato de pelea entre dos personas. Pero hay prisa, por lo que dos insultos terminan el incidente y se reanudan los forcejeos.

Ancianos, embarazadas y niños quedan muchas veces atrapados en medio del caos.

La situación en el vagón preferencial es similar a la de los otros seis. Varios prefieren alejarse para evitar ser arrastrados por la avalancha que va en dirección contraria al tren.

“¡Colaboren! ¡Córranse hacia adentro!”, grita con frustración una mujer que, a pesar de estar de primera en la cola, no logra entrar. Otros, contra cualquier posibilidad y sin importar las quejas, empujan con fuerza y consiguen hacerse espacio.

Los vagones llegan llenos y se van más llenos.

No hay alivio entre quienes logran entrar al tren: no hay aire acondicionado, sino vapor y mucho sudor

No hay alivio entre quienes logran entrar al tren: no hay aire acondicionado, sino vapor y mucho sudor. Las altas temperaturas trasladan a los usuarios hasta otros lugares: “Esto es un sauna”. “Nos metieron en un asador”. “Este es el infierno”.

La falta de aire y el hacinamiento se tornan insoportables. La alarma de emergencia advierte que una joven no pudo aguantar. En la siguiente parada, abandona con paso inestable el vagón y es auxiliada por personal del Metro.

El abrir y cerrar de puertas propone un reto. Nuevamente se presenta la danza de empujones entre los que se quieren bajar, los que intentan subir y aquellos a los que no les corresponde salir, pero terminan afuera.

Nuevos gritos e insultos.

“Esta peleadera es todo el tiempo y todos los días”, dice una mujer, que comienza a culpar de esta situación al mal servicio del Metro. “Esto es un fracaso. Ahora no hay aire y siempre hay retrasos. En vez de ir hacia adelante va pa’ atrás”.

Un hombre comprueba que, al momento de intentar bajarse del tren, un “quítense o me los llevo por delante” le funciona más que un “por favor” o un “permiso”. Así como él, con empujones y amenazas, varias personas logran salir. Salieron cinco y entraron otras nueve.

La estación, con todo y el calor, parece refrescante para quienes concluyen su travesía, que termina con el esfuerzo de subir unas escaleras mecánicas que no funcionan y con una sola promesa: al día siguiente la historia se repetirá. Son las 5:30 pm en Chacaíto y no hay ley.

Juan Carlos Figueroa
El Nacional




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