Claudio Nazoa: Jesús, el preso político


Cuando era pequeño, a pesar de que en mi casa eran comunistas, yo siempre montaba el nacimiento. La verdad sea dicha, nunca he visto a un ateo que fuera más creyente en la Navidad y en el Niño Jesús, que Aquiles Nazoa, mi padre.

Hacíamos las casitas de cartulina y de corcho. Las figuritas con arcilla y las ovejas de algodón. A veces, también fabricábamos un laguito con agua, en donde flotaban unos absurdos paticos de plástico.

Y ustedes se estarán preguntando: ¿y por qué un humorista escribe esto en una página de opinión? La respuesta es que, hacer un nacimiento, además de ser algo bonito y familiar, es metafórico dada la desproporción: las figuras, las casas, las ovejas y los reyes magos, casi nunca son del mismo tamaño y, sin embargo, se ven felices. Las ovejas casi siempre son más grandes que los pastores y las casitas son del tamaño de los paticos que flotan en el lago.

Los reyes magos siempre andan lejísimo y hay algo de lo que casi nadie se da cuenta: en Belén no había ni hay cerros, sin embargo, el niño nace en un pesebre que a todos se nos ocurre que está en lo alto de una cima.

¡Qué bonitos son los nacimientos! Con sus incongruencias arquitectónicas, sus desproporcionadas figuras y su estrella de aluminio. Ellos son un reflejo de los seres humanos y de la imperfección en la que vivimos. De hecho, cuando veo nacimientos absolutamente ordenaditos y coherentes, no me gustan.

Nuestros niños merecen una Navidad llena de sueños. Vamos a reírnos y a gozar con nuestros hijos. Este año, a pesar de la debacle en la que vivimos, hagamos un nacimiento. Hagámoslo por ellos y con ellos. Puede ser con periódico pintado de verde, con lluvia de aserrín, con un diluvio de escarcha y con una estrella de papel aluminio.

Tenemos que seguir creyendo en el Niño Jesús. Él es el hijo de Dios, pero no olvidemos que nosotros también lo somos.

Jesús nos enseñó que a pesar de las circunstancias, mientras sigamos vivos, jamás debemos dejarnos arropar por la indiferencia, la indolencia o la desesperanza. Desde que nació, todo conspiraba en su contra. Jesús fue un preso político del imperio romano que lo humilló, torturó y crucificó, pero… él triunfó.

Hagamos nacimientos como los que hacíamos en nuestra infancia. No importa cómo salgan, porque siempre simbolizan la renovación de la vida que nos rodea. Es un ideal mágico y por ese solo hecho es bonito y esperanzador.

Hagamos nacimientos, porque en ellos, todos los días, nace un hombre bueno.




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