La violencia, el modus vivendi del joven en los barrios caraqueños


     “Aquí todo el mundo quiere ser ahora malandro (delincuente)”, dice Johny, quien a los 16 años cayó en la violencia en uno de los barrios caraqueños donde la pobreza, la impunidad y la corrupción alimentan una delincuencia que enluta a diario a esta ciudad .

En Caracas, capital del país sudamericano con el mayor número de homicidios según la ONU, casi 3.500 personas fueron asesinadas en 2011 sobre una población de 3,4 millones, es decir, 108 por cada 100.000 habitantes, superando con creces la tasa nacional (48/100.000), de acuerdo con las autoridades metropolitanas.

Sin ser un país en guerra, ni azotado como otros países vecinos por flagelos como el narcotráfico, los homicidios responden en su mayoría a delitos comunes –ajuste de cuentas, robo–, y a enfrentamientos espontáneos entre ciudadanos.

“La vida se ha trivializado de una manera tal como ocurre en las guerras. La gente vive en algún momento bajo el efecto Sarajevo, con la certeza de estar caminando (…) expuesto al crimen”, asegura  la directora de la ONG Control Ciudadano, Rocío San Miguel.

En las barriadas de la Gran Caracas, jóvenes desempleados que viven en precarias construcciones se entregan a la violencia cada vez a más temprana edad.

“Quien está poniendo los muertos en Venezuela son los jóvenes pobres”, ante la falta de “proyectos de desarrollo de vida”, afirma Pablo Eugenio Fernández, secretario técnico de la Comisión Presidencial de Desarme.

En una funeraria caraqueña, una de sus coordinadoras dice  bajo el anonimato que a diario reciben entre uno y tres cuerpos de jóvenes tiroteados.

“El 80% de esas muertes se producen en los barrios. Adolescentes más que nada, de 15 o 16 años. Muchos mueren porque son malandros o tenían problemas. Otros porque estaban en una esquina, pasó un carro y les disparó”, agrega.

Un camino sin marcha atrás 

A Johny la violencia le “arrastró” a los 13 años. De rebote. Le arrojaron una lámina de zinc unos jóvenes en disputa con unos primos suyos. Le cosieron 50 puntos en el torso. Sufrió varios ataques más, éstos ya con balas, hasta que se compró su primer arma, un revólver.

“Agarré un camino del que ya no hay vuelta atrás. Con 16 años, tenía que ir con una pistola, robando para comprar balas”, dice , a condición de no ser identificado, este joven de 23 años, que vive en el paupérrimo barrio oriental El Milagro, donde no hay un solo edificio oficial, una comisaría o una escuela.

“Buscábamos personas con plata, les hacíamos seguimiento” para asaltarlas en su casa o “agarrarlas” saliendo del banco, confiesa.

Como el suyo, dice que “ahorita, hay muchos casos, está de moda”, porque los jóvenes se sienten atraídos por este “mundo ficticio” de dinero fácil: unos 800 dólares semanales robando celulares o unos 200 con la venta de droga.

Armas al alcance 

Obtener un arma es además facilísimo, así como las balas, que desde hace “cuatro o cinco años” ya no se venden por cajas sino “por bultos de mil”, relata Johny.

“Nosotros no fabricamos las armas. Ni tenemos una bodega donde poderlas adquirir. Eso siempre viene de policías”, explica Simón, de 36 años, quien salió de la cárcel en 2008 tras estar preso cuatro años por homicidio.

“¿Cómo hacer para entrar un (rifle) R15? ¿Un arma de guerra que está en otros países y no aquí? Eso no va a entrar en un avión por (el aeropuerto de) Maiquetía. Eso lo pasa la gente del gobierno (policía). No todos, pero sí hay infiltrados”, corrobora Johny.

San Miguel asegura que cada arma que mata a un ciudadano “muy probablemente en un 95%” de los casos perteneció a los cuerpos de seguridad del Estado. El gobierno no ha ofrecido cifras pero se apresta a incrementar el control de los parques de armas policiales para frenar la corrupción.

En un país de 27 millones de habitantes, circulan entre 9 y 15 millones de armas legales e ilegales, según los últimos datos oficiales de 2009.

La impunidad, que se da en un 95% de los casos, según San Miguel, también empuja a delinquir. Según Johny, el delincuente sabe que, dependiendo del policía que lo atrape, podrá eludir la justicia pagando de por medio.

“Hay policías que hacen su trabajo y otros que no, que te agarran con una pistola y te dicen: ‘Ayúdame y yo te ayudo’ ¿Qué significa eso? Extorsión”, explica este joven, que asegura haber dejado atrás la delincuencia pero se mantiene alerta para evitar ser a su vez víctima de la inseguridad.

El barrio, caldo de cultivo de la violencia

Principal foco de la violencia en la capital venezolana, los barrios son hormigueros de chabolas que se formaron en los cerros caraqueños en los años 1960 con la llegada de familias del interior en busca de una vida mejor que en muchos casos no encontraron.

En ellos, las bandas imponen su ley hasta el punto que en algunas zonas la policía apenas penetra, salvo en operaciones especiales. Los vecinos acabaron por “armarse”, explica   Iván Martínez, de El Milagro, donde viven apiñadas en la ladera de un cerro unas 10.000 personas.

“En el barrio hay que saber vivir y lo primordial es no hablar mucho” para evitar que una “discusión banal” con el vecino acabe en tragedia, dice este padre de nueve hijos.

Martínez tiene muy claro que las autoridades tienen un papel fundamental que cumplir.

“Si no hay una buena política, cultura, deporte, una escuela donde se recreen los muchachos, no va a haber nada, porque en la adolescencia es donde empiezan estas cosas”, reflexiona, sentado delante de la casita de cemento que construye con sus propias manos.

 




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